Conozca las revoluciones sexuales y su relación con el vacío existencial

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los cambios sociales en la conducta del hombre. La sexualidad como parte inherente a su naturaleza humana también se ha visto exponencialmente cambiante en las últimas cinco décadas, marcando un antes y un después en la forma de concebirla, vivirla y de relacionarse.

Las tres grandes revoluciones sexuales, aunque contextualizadas en un momento histórico determinado, siguen marcando pautas cada vez más elaboradas en la reinvención del hombre a partir de la negación de su naturaleza y misión y su consecuente insatisfacción, así como en la dinámica social, la moralidad y el derecho.

Cambios profundos y violentos provocados en las instituciones y en la sociedad que no sólo, transforman lo establecido, sino que genera un nuevo mercado altamente rentable para la industria farmacéutica y de la salud, lo que David del Fresno denominaba el imperio de la muerte.

Es así que en la primera revolución sexual, en los años 60, se dio cumplimiento a la demanda: ¡Amor sí, hijos no!, materializando, como lo señala Manuel de los Reyes Días: «la disociación entre sexualidad y reproducción», al introducir y generalizar el uso de contraceptivos, y hoy el aborto, quedando separados artificialmente sexo y procreación.

Hoy por hoy se reparte millones de píldoras en el mundo y el mercado contraceptivo va en aumento. Solamente entre los países en desarrollo existen potencialmente 215 millones de nuevas consumidoras, según el Director Ejecutivo del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA), el doctor Babatunde Osotimehin.

La segunda revolución, a principios de los años 80, como dice el mismo autor, «es el resultado la disociación entre afectividad y sexualidad, porque ligar la sexualidad a una persona a la que quiero, si lo decisivo es el placer, un placer sin rostro, que puedo encontrar en cualquier parte».

Bajo este planteamiento, el amor es una trasgresión, como lo afirmó el ex presidente español José Luis Rodríguez Zapatero, al escritor Jesús Trillo Figueroa, en su libro ideología invisible agregando que: «El sexo se independiza del amor y del compromiso. Pero, claro, este hedonismo y transgresión termina en el sadomasoquismo del marqués de Sade…».

Esta revolución, como la anterior fortalece el pensamiento feminista, cambiando los modos de interacción entre hombres y mujeres, los roles sociales heredados y sobre todo permeando en todos los ambientes, convirtiendo las nuevas pautas conductuales en reglas generales.

Además, esta época viene marcada por la proliferación de enfermedades de transmisión sexual y la aparición del sida. Ya para 1985, ésta enfermedad se había convertido en un problema de salud pública mundial no sólo para los homosexuales entre quienes se detecta en un principio, sino para todos, registrándose hasta hoy 37 millones de personas infectadas.

Conductas que han llevado a los gobiernos a designar cada vez mayores partidas para su prevención y atención, es decir en la adquisición de preservativos, medicamentos y servicios a empresas farmacéuticas.

Sin embargo, estas libertades no saciaron las pretendidas por algunos sectores de la sociedad, y ahora buscan romper con lo que consideran una imposición natural: haber nacido hombre ó mujer y actuar como tales, por la posibilidad de elegir lo que deseen ser y reconstruir su propio género: heterosexual (hombre o mujer), bisexual, homosexual, transexual y transgénero.

Así comenzó la tercera revolución sexual en los 90, marcada, a diferencia de las otras, por ser impulsada desde el poder y no por la sociedad, encubierta bajo el velo de lo confuso y del engaño, caracterizándose por la fractura entre el sexo (biológico) y el género (lo que quiero ser).

Introducir y utilizar indistinta e intencionalmente el término equidad de género para dos cosas: referirse a equitativos de derechos entre hombres y mujeres y para hablar de esa reconstrucción social como un «derecho humano» que habrá que garantizar, implicando no sólo la aceptación obligatoria, sino el reconocimiento del cambio de identidad (nací hombre pero ahora soy mujer, y así se acredita en documentos oficiales).

La constante negación de su naturaleza, ha llevado al hombre a esa búsqueda insaciable por reconstruirse para reconocerse, vacío existencial que ha alimentado las revoluciones sexuales abanderadas prioritariamente por feministas radicales, activistas abortistas, homosexuales y grupos de izquierda, que han sido aprovechadas por el mercado económico como ideologías rentables para sus arcas.

Con información de: Noticias24.com

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