Una estudiante quien bajó antes de que el autobús del transporte universitario se detuviera cayó de la unidad resultando con aporreos fuertes. Pudo haber sido peor, pues pocos centímetros separaron su cara de la acera. La solidaridad de otros estudiantes no se hizo esperar e inmediatamente la ayudaron a levantarse. La joven no lucía bien, por lo que al unísono se planteó llevarla hasta su residencia, a lo cual el chofer accedió inmediatamente. Y allí comenzó un peregrinaje que a muchos nos hizo olvidar, inclusive, el susto por lo que había ocurrido.
En efecto, el recorrido fue de una cantidad de kilómetros que no se precisar, pero para quienes conocen la ciudad pueden imaginarlo, ya que desde la avenida Andrés Eloy Blanco, a la altura del Palacio Arzobispal, llegamos al inicio del llamado puente de Las Campiñas y de allí cruzamos y nos adentramos tres cuadras más.
El asombro por la cantidad de cuadras que debe caminar esta joven estudiante para poder tomar el autobús me hizo pensar en dos cosas. Una, que las cuadras que yo camino y que tanto me pesan (y vaya que son bastante) no son nada y, lo más importante, pensé en el sacrificio de ella y de muchos estudiantes, quienes a pesar de lo que hoy llaman situación país, siguen haciendo el esfuerzo para continuar sus estudios, sin embargo, hay docentes y trabajadores en general que, en nombre de esa situación país les echan el carro. Y esta “echada de carro” hace más daño que el golpe recibido al caer de un autobús en marcha.
Es una triste y lamentable realidad a lo largo y ancho del territorio. Todos sufrimos esto que estamos viviendo, pero hay quienes en lugar de buscar la forma de resolver no sólo se convierten en parte del problema, sino que le doblan las penas al otro, unos pirateándolos y otros sin ni siquiera dar la cara. E inclusive, los hay tan descarados, que no cumplen con su obligación, pero utilizan el transporte universitario para sus diligencias. Y así como hay docentes que incumplen, también los hay administrativos y obreros; una actitud que podría calificarse de cáncer que se está viviendo a nivel de todas las instituciones.
Será que no se han puesto a pensar en que a sus hijos les puedan hacer lo mismo o cómo se sienten si ya se la están aplicando? ¿Será que están seguros que sus hijos podrán llevárselos a estudiar a otro país bien lejos de la viveza criolla? Les gustaría que sus hijos madrugaran para ir a clases, que caminen muchos kilómetros, que hagan largas colas en un banco para garantizar el pasaje, que a duras penas puedan acceder a algún alimento para que después de todo ese esfuerzo regrese molesto, desencantado o mejor dicho aporreado y no precisamente porque se bajara antes de que el autobús se detuviera? ¿Con qué derecho quien no ve luz pretende apagársela a quien tiene un camino por andar? Habrá quien alegue que el sueldo que le pagan no le alcanza, pero ¿No es más responsable y ético renunciar para darle paso a quien quizás esas cuatro lochas le resuelven?
Afortunadamente no todos son iguales. Los hay quienes, pese a las adversidades, así como el estudiante que sigue adelante, están allí, caminando igualmente muchas cuadras, haciendo el esfuerzo de donde a veces no hay fuerza, diciendo que me voy, pero con tiempo para que se tomen previsiones, resolviendo sus problemas, pero están allí, compartiendo con esos muchachos, no sólo conocimiento, sino ejemplo de responsabilidad, ética, fortaleza, valores que tanta falta hace reforzar. ¿Que hay estudiantes irresponsables? Sí los hay, pero ¿quién está llamado a cambiarles el rumbo?
Si en nombre de la democracia en la Venezuela que muchos añoran se cometieron tantas irregularidades, hoy en nombre de la situación país los que tanto critican irregularidades, ineficiencia y corrupción ni siquiera se dan cuenta que con su actitud son ejemplo vivo de lo que cuestionan.
Si esto sigue así, ¡paren el mundo que me quiero bajar! Eso sí, lo haré con cuidado, cuando se detenga completamente, para no hacerme más daño del que tanta inconciencia y florecimiento de los peores sentimientos está aporreando a esta sociedad.
Por Irene Carvajal