Rimbaud sentó, hace media hora, en el escenario del Teatro Baralt, a la belleza en sus piernas y esta vez no la encontró tan amarga, ni la injurió y tan sólo quiso aplaudir durante un siglo a las bienamadas maestras actrices, Sol Sosa y Norka Valladares, quienes han dado vida a Margot y a Odette, sendas antiguas estrellas del vaudeville, según ha dispuesto la exquisita pluma de otra maestra, la dramaturga Lolimar Suárez.
La lectura dramatizada que dirige Arnaldo Pirela, pasa desapercibida como tal, merced al talento histriónico de estas dos bellezas que, durante la representación, colocan sus vidas ante el espejo del tiempo, desnudándose y desnudando la hostil paradoja del artista en su zénith.
La producción de Viviana Márquez y de Hermankis Parra redondea un hermoso instante de sublime teatralidad que nos mira desde un agujero del telón imaginario y nos concita para reflexionar sobre la condición solitaria del creador escénico. Mientras Margot y Odette escancian sendos tragos de su propia savia artística, el espectador deviene en «Faustino», ese admirador cáustico que compromete y subvierte la esencia de esa infinita entrega que en cada función las ennoblece ad libitum.
Teatralidad que se asume en tiempo de bolero y que ampara esta profunda saudade que ellas atemperan y reparten mientras cantan, en rojo y negro, con plena asunción de sus roles, cabaret nuestro de cada noche sin público.
Entonces la temporada en el infierno es argumento para Rimbaud, aplaudiéndoles a Sol y a Norka, a Lolimar con su Teorema en el Baralt, donde hace una hora se nos movió el alma con la magna languidez de estas dos reinas a quienes reverenciamos con postrernada sedicia. Las amo y bendigo, bellezas mías de mí, ¡Salud!
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