Seguro que Sergio dijo con la mejor intención que «sería una locura» despedir a Lopetegui tras la derrota en Mendizorroza.
Lopetegui lleva poco más de tres meses al frente del Real Madrid y desde antes del segundo partido de Liga sus decisiones ya son puestas en tela de juicio en su propio club. El 26 de agosto en Girona no sacó a Modric ni a Varane ni a Courtois, y tampoco convocó a Vinicius. En el palco de Montilivi Florentino no daba crédito al ver la alineación. Aunque el Madrid ganó 1-4, pese al triunfo, el buen juego, los goles y el momentáneo coliderato el concepto que el presidente tenía de su entrenador ya empezaba a chirriar. En cualquier caso, nada que no haya sucedido antes con las decisiones de sus antecesores cuando no coincidieron con las de Pérez en su faceta de director deportivo. Pero así lleva ganadas cinco Champions y con 71 años no va a cambiar.
Al hacerse cargo del banquillo Lopetegui heredó dos grandes problemas. Uno directamente provocado por la salida del mayor goleador de toda la historia del club, ya que no ficharon un recambio de primer nivel. En el Madrid no quisieron o no supieron ver el inmenso vacío que deberían encarar durante el año I después de Cristiano. Vacío de goles, de resultados, de hambre y de liderazgo porque hoy nadie parece en disposición de tomar el relevo. Ahora lo reconocen en privado.
El segundo problema, derivado de la marcha de Zidane, sí que lo conocían perfectamente en los nuevos despachos de Valdebebas: se quedaba un vestuario veterano con demasiado poder, muchos vicios adquiridos (y consentidos) y saciado de éxitos, siempre según el diagnóstico emitido desde el club. Zidane sabía que aquello iría a peor si no se tomaban medidas drásticas y en junio demostró su inteligencia al dejarlo en lo más alto.
UN VESTUARIO CON MUCHO PODER
Desde que llegó todas las decisiones tomadas por Julen Lopetegui en el desempeño de su cargo se han ido interpretando desde el palco en clave de una presunta permeabilidad del técnico a las influencias del vestuario, con el capitán Ramos y Marcelo al frente de ese núcleo duro de exigentes. En realidad, lo que subyace desde el primer momento es la desconfianza hacia determinados jugadores antes que hacia el entrenador. De ahí las sospechas de que detrás de la alternancia de los porteros, las pocas oportunidades a Vinicius, la ausencia de Ramos en Moscú o su incorporación a la pretemporada un día más tarde, la discutida designación para tirar los penaltis y las faltas directas o las concentraciones más cortas antes de los partidos se esconden decisiones políticas, concesiones del entrenador al vestuario. Lo siguiente será deslizar que físicamente el equipo no está trabajado, un clásico en el manual del buen despido.
Si el equipo no gana los dos próximos partidos o sale trasquilado del Camp Nou Lopetegui no continuará. Los resultados mandan, y más en el Real Madrid. Pero aunque traigan a un pirómano como Conte o capeen el temporal con Solari solo o en compañía de otros, el club seguiría teniendo pendiente afrontar la renovación de un núcleo duro que ha cubierto un ciclo inolvidable pero que da síntomas inequívocos de agotamiento. Y esa es tarea para un presidente, no para un entrenador.
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