Un importante acontecimiento tendrá lugar el viernes 26 de octubre a las 6 de la tarde, cuando la imagen de Nuestra Señora de Coromoto entre a ocupar, para siempre, un espacio en la catedral de Nôtre Dame de París. Más de ocho siglos de consagración y un imaginario infinito darán albergue a nuestra Patrona, que compartirá capilla con otra Madre de América: la Virgen de Guadalupe.
La entrada de la Patrona de Venezuela a un espacio tan significativo para la cristiandad y para la cultura occidental ocurre en un momento en que el gentilicio sangra. No es casual. Es el resultado de un activismo pacífico e incansable de la diáspora en Francia. La iniciativa de llevar la imagen de la Coromoto a la catedral de París fue de una de esas venezolanas que no escatima esfuerzos, horarios, riesgos y empeños: la abogada Elvia Martínez.
Tú fuiste la conductora y eres a quien se debe que Nuestra Señora de Coromoto tenga ahora un espacio en la catedral de París. Cuéntame un poco sobre el punto de inicio de este gran logro.
El año pasado habíamos hecho la primera Misa de Solemnidad de Nuestra Señora de Coromoto. Habían pasado las manifestaciones, y nos enfrentábamos a un inmenso sentimiento de dolor y desesperanza por todo lo acontecido en esos meses con tantos muchachos que murieron en las protestas. Soy creyente, como una buena parte del pueblo venezolano, así que pensé que era importante hacer resurgir los elementos generadores de nuestra venezolanidad, nuestra identidad como pueblo, la bendición de todos los días, un gesto que a veces es más cultural que religioso. En aquel momento tan duro me pareció que el llamado debía ser a no perder la fe en que Venezuela logrará volver al camino de la justicia, de la libertad, la fraternidad y el progreso. Hicimos esa misa, llevamos un afiche con la imagen de la Virgen y las autoridades de la catedral me pidieron quedarse con él para poderlo ofrecer a los feligreses durante la Navidad. Así fue. Luego, este año, en las fechas patrias de abril y julio, pedí a las autoridades que pusieran el afiche en la catedral y esta petición me fue acordada. Fue entonces cuando les pregunté si, en el caso de traer a Nôtre Dame un cuadro de Nuestra Señora de Coromoto, podría quedarse en modo permanente. Al día siguiente de yo haber hecho esa solicitud, el sacristán me dijo: “Monseñor dice que sí, que traiga el ícono y que aquí quedará para siempre”. Me sorprendió muchísimo porque sé que estos procesos suelen ser muy laboriosos, tienen muchos requisitos y toman mucho tiempo. ¿Qué hay detrás de una respuesta tan rápida? Probablemente la Catedral ha considerado el enorme dolor del pueblo venezolano y han querido respaldarlo para que no pierda la fe y la esperanza.
El artista
Ismael Mundaray, artista plástico residenciado en París desde hace 15 años, ciudadano activo en la diáspora y presente en numerosas iniciativas, recibió una tarde la visita de Juan Rafael “Chipilo” Pulido, miembro fundador de la Asociación Diálogo por Venezuela, quien fue el encargado de hacerle llegar a Mundaray la petición de elaborar el ícono.
Al hablar sobre la significación de este encargo en su vida y en su trayectoria artística, Mundaray comenta: “Es algo muy importante y significa mucho para mí como venezolano y como artista. Una de las cosas fundamentales de este acontecimiento es la búsqueda de paz, de libertad, de democracia y progreso para nuestra patria. Pienso que la fe, la esperanza y la luz que nos pongan en el camino debe ser para eso. La llegada de nuestra Patrona a Nôtre Dame nos brinda la posibilidad de regocijarnos en cosas que hemos dejado atrás. Eso fue, sobre todo, lo que me motivó y me guío en la creación de este ícono”.
En términos artísticos, prosigue: “Acabo de realizar un libro que se llama Proyecto Orinoco, y estoy preparando otro que se llamará Del Orinoco al Sena, de orilla a orilla. Ese libro recoge todo el proceso de trabajo de estos 15 años sobre la relación presencia-ausencia. Es un testimonio del exilio. Por otra parte, yo había hecho dos vírgenes antes de pintar este ícono de Nuestra Señora de Coromoto, para una exposición que se llamó Vírgenes de la contemporaneidad en la galería Astrid Paredes en Caracas, en 1993”. Así explica Mundaray el puesto que ocupa el ícono de la Coromoto en el terreno sin fronteras de la vida y la obra.
Al hablar sobre las consideraciones previas a la ejecución, Ismael explica que era importante tener en cuenta la identificación iconográfica de nuestra Patrona, muy arraigada en el imaginario. La nueva representación pictórica no podía desafiar a la imagen que nos ha acompañado durante más de tres siglos. Según su aproximación, ciertos elementos debían ser respetados estrictamente, sobre todo en lo que se refiere a la línea y el color. Asimilada esta posición ante la nueva obra, el artista se concentró en el trabajo de la mirada, “donde está todo lo que Ella representa para nosotros. La mirada de la Virgen te alcanza en cualquier punto desde el cual la vea el espectador. Logré hacer lo que yo esperaba y solo Ella sabe cómo logré pintarla. La comisión de Nôtre Dame aceptó la imagen y una vez develada en la catedral, ahí permanecerá por siempre”.
¿Cuáles son las dimensiones y la técnica del cuadro?
Es acrílico sobre tela, el soporte es lino puro. Quería que la obra tuviera el formato renacentista, 92 x 73 centímetros, que sumados al marco da una dimensión de 1,22 x 1,02. Pasé más de cuatro meses buscando el marco que yo quería para Ella. Lo conseguí gracias a un amigo artista que lo tenía en su taller. Le hice algunas modificaciones a la pátina para valorizar la talla de su madera. Esta obra implicó una dedicación exclusiva. Tuve que comprar materiales y colores que no tenía porque casi no los uso, por ejemplo el amarillo de Nápoles y el rojo carmín.
¿Cuánto de ti, de tu lenguaje pictórico, hay en esa obra?
En esta obra hay mucho de lo que yo he estado haciendo en la serie de los objetos con el tema de la presencia y la ausencia. El fondo, aunque no tiene las texturas que suelo trabajar, es muy cercano al tratamiento de luz y al brillo de mis obras.
Un turista australiano, polaco o pakistaní entrará dentro de 50 años a la catedral de Nôtre Dame de París y al recorrer sus naves se detendrá en la capilla donde dos mestizas de la cristiandad lo mirarán en silencio. El turista curioso se preguntará quiénes son y querrá saber por qué un país lejano llamado Venezuela está aquí representado. Y si además de curioso es un poco disciplinado, ese turista australiano, polaco o pakistaní va a anotar la fecha de entrada de esa imagen a la catedral de París. Y al mirar las fotos, en su casa, la curiosidad lo llevará a buscar. Y sabrá que en 2018 en Venezuela se moría de hambre, de violencia, de abandono. Ellos, los violadores de derechos humanos, los gendarmes de la depravación, los cultores del hambre y de la muerte ya no estarán y sus descendientes no querrán recordar sus nombres porque sentirán vergüenza. Pero Venezuela seguirá existiendo. Y será grande, hermosa, sinuosa, fértil. Y el turista sabrá que no hubo armas, intimidación ni asfixias que pudieran ahogar el grito de libertad que somos. Ese grito poderoso de mujer que desde el 26 de octubre y para siempre, dará cuenta de un país que no muere ni dentro ni fuera de sus fronteras verdes y azules.