El planeta Júpiter ha maravillado durante siglos a cualquiera que lo haya observado o estudiado, pero en los últimos años, y gracias a una estupenda combinación de sondas espaciales y telescopios terrestres, estamos recopilando una enorme cantidad de nuevos conocimientos sobre nuestro hermano mayor en el Sistema Solar.
La atmósfera de este planeta gigante está poblada principalmente de hidrógeno y helio, aunque también contiene otros elementos minoritarios como metano, amoníaco, hidrosulfito o incluso agua. Como si fuera una cebolla, la atmósfera de Júpiter está compuesta de múltiples capas, y hace tan solo unos días, unas nuevas imágenes captadas por el interferómetro ALMA (Atacama Large Millimeter/submillimeter Array) nos ofrecen una vista única de los estratos gaseosos que se esconden 50 kilómetros debajo de la capa de nubes visibles de Júpiter.
La capa externa de la nube está hecha de amoníaco congelado. Debajo de ella, hay otra capa de partículas sólidas de hidrosulfito de amonio y, aún más abajo, cerca de 80 kilómetros debajo de la capa externa, hay una capa de agua líquida.
Bajo la densa capa de nubes de Júpiter, que le confiere gran parte de su belleza, se desarrolla una intensa actividad de tormentas y erupciones que no son visibles salvo con ondas de radio. Muchas de las tormentas que azotan Júpiter se producen en el interior, son comparables a las tormentas que hay en la Tierra, e incluso también producen relámpagos.
En la luz visible, estas tormentas tienen el aspecto de nubes pequeñas y brillantes, causadas por chorros que afectan a los cinturones y pueden ser visibles durante meses o incluso años.
Esa actividad interior crea grandes nubes de amoníaco y vapor de agua que terminan elevándose y apareciendo en la capa externa de nubes, se extienden y se condensan como columnas blancas que destacan entre las nubes de color café de la superficie de Júpiter.
Tomado de 2001