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viernes, noviembre 22, 2024

Como el frijol

Mi padre tiene más de 40 años de muerto y sigo recordándolo cada día. Él era dueño de un sentido del humor muy corrosivo y preciso, también tenía el don de poner las cosas en su lugar con una frase, lo cual no solía generarle simpatías precisamente. Cuando se ganaba un gesto avinagrado, o el recordatorio a sus antepasados, solía voltearse hacia mí, cuando estaba alrededor, y me decía: Alfredito, no haga como el frijol; no se meta en vainas para que en vainas no aparezca.

Esas palabras las he tenido en cuenta muchísimas veces en mi vida, otras que no, como me ocurre hoy.  ¿Cómo se queda uno callado ante el despropósito generalizado que vive mi país? A veces tengo la sensación de estar en medio de una pesadilla en la que el único que la sufre soy yo. Es cierto que los sueños son individuales y por ello me pregunto si lo que es un infierno para mí es una ensoñación para los demás. Sin embargo, ¿es individual la situación o es un infierno lo que vive toda Venezuela?

La voracidad se ha enseñoreado de una manera inaudita. Se habla de la dolarización de la economía nacional con una naturalidad que ya hasta el bigote bailarín la asume, y se entiende que esa es una medida a través de la cual la economía busca mantener a flote los costos operativos. Ahora bien, la famosa “viveza criolla” no cesa de manifestarse. Con estupor y rabia leo el correo de un querido amigo que necesita intervenirse oftalmológicamente por cataratas y hace dos semanas acudió a una reputada clínica de Santa Paula, en Caracas, donde le cotizaron la intervención y demás detalles conexos en 1.000 dólares. Dos días después cuando fue a confirmar el procedimiento le anunciaron que el costo era de ¡1.200 dólares! 200 dólares de aumento en 2 días. Cuando el paciente reclamó, les copio el fragmento: “Y traté de argumentar que no puede existir tal inflación en dólares, la respuesta que me dieron fue: son nuestras prácticas administrativas”.

Por lo visto la Venezuela en que nací, crecí, viví, desapareció. Estamos ante un país de caníbales donde el sálvese quien pueda es el lema. La indefensión ante un estado criminal y arrogante no puede ser mayor, pero es entendible. Ahora cuando esa postración se nos convierte en una condición que debemos acatar compulsivamente, porque la propia ciudadanía olvida los más elementales principios de solidaridad y amor al prójimo, es imposible no desanimarse.

El Nacional

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