Si algo se ha hecho notar en Venezuela durante estos tiempos de crisis es la creatividad de su gente para salir adelante.
Cada día son muchos los nuevos oficios que aparecen para hacer frente a la situación, obligando a jóvenes y no tan jóvenes a desenvolverse en actividades que, bajo otras circunstancias, jamás se les habrían ocurrido.
Tal es el caso del trabajo de “el carruchero”, un nuevo oficio que ha surgido a consecuencia de la poca o nula presencia de camiones cisternas para abastecer de agua a los sectores populares que carecen del vital líquido, debido a la falta de gasolina.
De esto se trata
-Mijo, caza a un carruchero para que nos traiga un tambor de agua, que estamos secos-, le pide la señora Carmen a su hijo.
“Los carrucheros”, en su mayoría jóvenes, se dedican a llevar agua a las casas en las que les solicitan el servicio.
Pero, ¿Cómo es este negocio?
La actividad comienza desde muy temprano. Carlos, un joven estudiante de Agua Salada, quien vive con su madre y sus hermanos, se levanta antes de las seis de la mañana para ir a buscar “el carrito”, una carrucha resistente que más bien imita a una carretilla, hecha para soportar el peso de un pipote cargado de agua; puede ser de madera o de metal y es sostenida por dos cauchos, cuyo tamaño varía según lo que se tenga a mano para elaborarla.
“El carrito” es alquilado
Carlos paga diariamente 500 mil bolívares en efectivo por concepto de alquiler del vehículo.
“Mi negocio es vender el agua y el del dueño del carro es el alquiler. Él tiene tres carritos, alquila dos y trabaja uno. Es la forma como lleva la comida para su casa, a la vez que nos da trabajo a nosotros y se le lleva agua a mucha gente”, detalló.
-¿Cómo consigues los clientes?
-Bueno, a veces es lo más difícil porque mucha gente ahora tiene aljibes. Cuando voy caminando a buscar el carro me vengo por todas esas casas preguntando quién quiere agua. Eso lo hago por distintas calles hasta que tener varios viajes seguros para poder pagar el alquiler de “el carrito” y que me quede mi ganancia. También me ha tocado cargar el agua y caminar con ese tambor full buscando quien me lo compre.
Una vez consigue algunos clientes, el joven busca el carro. De allí, se traslada hasta el centro de llenado, en donde, por cierto, ya hay otros “carrucheros” haciendo cola para llenar y empezar a repartir el agua.
“No soy el único. Esto está de moda”, dijo Carlos.
Cada tambor lo pagan a 50 mil bolívares en efectivo, a la fecha
“Comenzamos comprando el agua en 20 mil pero ya lo subieron a 50 mil. Yo no he aumentado aun el precio del tambor a quienes les llevo el agua, pero si me vuelven a incrementar acá tendré que hacerlo”, comentó.
Luego de unos minutos en cola, finalmente Carlos logra llenar su tambor. Al moverlo, la expresión en su cara y el brote de las venas en sus brazos nos dejaron muy claro el gran esfuerzo que implica controlar el ahora pesado carro.
A eso de las 7:30 am comienza la entrega del agua. Quien la recibe paga 200 mil bolívares por el servicio. Hay quienes le encargan hasta tres tambores.
Luego de una larga faena, en medio del inclemente sol bolivarense, que concluye al final de la tarde y que no da tiempo para descansar mucho, pues, “se corre el riesgo de que otro carruchero se me adelante y me quite el cliente”, Carlos realizó unos 20 viajes.
Ahora llegó el momento de sacar cuentas
En un día vendió 20 tambores a 200 mil bolívares cada uno, lo que se traduce en 4 millones de bolívares, de los cuales hay que descontar 500 mil del alquiler y dejar 1 millón de bolívares para comprar el agua que se venderá el día siguiente, estimando que, nuevamente, hará 20 ventas.
Durante este día sus ganancias fueron de 2 millones 500 mil bolívares.
“Es mejor eso que nada. Hay días buenos como hoy, pero hay otros no tan buenos. Hace unos días me tocó botar un tambor de agua porque no encontré a quien vendérselo. Lo importante es sacar para el alquiler y para comprar algo de comida para el día. Así es que llevo el pan para mi casa”, agregó.
Ahora toca ir a guardar el carro, pagar el alquiler, asegurarse de que el vehículo quedó en buenas condiciones tras la jornada y finalmente a comprar algo de comida para irse a su casa a descansar hasta el día siguiente que “toca volver a empezar”.
“Esto es pasajero. No es algo que quiero hacer siempre. Las circunstancias por ahora me obligan pero confío en Dios que para el próximo año todo sea mejor y pueda dedicarme a estudiar. Mientras, nadie me quita lo baila`o”, dijo entre risas, pese a su notable cansancio.
(Redacción/GB)