Pronto será 2021.
Como todo año que se inicia confiamos será mejor. Desgranamos deseos y esperamos que todos se cumplan aunque muchas veces nada hacemos porque se conviertan en realidad. Tengo los míos y me esforzaré para hacerlos posible entre ellos –junto a los de familia, amigos, salud, trabajo- uno por Venezuela: que cesen las confrontaciones y el futuro sea distinto.
Son muchas las crisis que enfrentamos: la económica y con ella la social; la de los servicios, la salud y la educación; la de la infraestructura y la inseguridad; la de la emigración y más reciente la de la pandemia. No hay gasolina ni gas doméstico; no hay efectivo y si lo hay de nada sirve porque el bolívar no vale nada; no hay salario ni pensiones decentes; escasea el agua; falla la electricidad; la conectividad no puede ser peor; sobran las neveras vacías; no hay mañana para nuestros muchachos.
Abundan los enfrentamientos fútiles y las ambiciones desmedidas; las mezquindades y odios.
¿Será posible superar el actual estado de cosas?
Seguro que sí, sin ninguna duda que sí, pero pasa porque la gran mayoría de los venezolanos –pensar que la totalidad es una ingenuidad- nos dispongamos a sentar en el menor lapso las bases para la recuperación del país, la construcción más bien de una nueva nación donde el ser humano, ya lo hemos dicho antes, sea el centro de todo, el humanismo pues.
Y el primer paso, fundamental, indispensable, es que cesen las confrontaciones, que enterremos el hacha de la guerra que no por virtual es menos dañina.
El segundo, anteponer los intereses colectivos a los partidistas, desechar las banderías y arroparnos en el tricolor nacional, casi que parafraseando a El Libertador en San Pedro Alejandrino, que “cesen los partidos y se consolide la unión”.
El tercero, y no menos importante, construir urgente una agenda por el país que involucre a la totalidad de los sectores productivos y del trabajo, facilite la inversión y el flujo de recursos, dignifique el salario, atienda las muchas contingencias e incluya una hoja de ruta hacia la prosperidad y el bienestar generalizado.
Por último hay que nacionalizar nuestras diferencias y que en palabras del tan vilipendiado en la historia Cipriano Castro “la planta insolente del extranjero” no encuentre quien ose invocarla.
Es cierto que existen visiones distintas sobre cómo abordar el presente y el después de Venezuela pero no lo es menos que tenemos la capacidad de entendernos por el bien común que es de suponer lo que mueve el interés de los verdaderos líderes, los líderes positivos que los hay.
Al impartir su bendición “Urbi et Orbi” con motivo de la Navidad, el Papa Francisco rogó a Dios “Que ayude a superar las recientes tensiones sociales en Chile y a poner fin al sufrimiento del pueblo venezolano”.
Oigamos al Santo Padre. Ayudemos que sea así. Empeñémonos juntos. Yo personalmente estoy dispuesto. ¿Y tú?
Por: Luis Eduardo Martínez