Me paré a un costado del puente Angostura, respiré profundo, y entre el miedo y el respeto que siempre me ha generado, vi al soberbio Orinoco y luego contemplé lo imponente que lucía ante mí esa gran obra.
Me dejé arrastrar por mis pensamientos y empecé a soñar despierta que a mi lado aparecía un señor, al que la calculé unos sesenta o setenta años. Lucía viejo, cansado, abandonado, triste. Pude notar que su vestimenta, también vieja, en su momento era digna de llevar en un gran evento.
–Hola, muchacha. ¿Qué haces aquí?
-Vine a contemplar el puente.
-¿Viniste a verme? Hace mucho tiempo que nadie lo hace.
Yo no podía creer lo que estaba escuchando. Con la piel erizada seguí conversando con el señor Puente. Aun no salía de mi asombro.
-¿De verdad, eres quien dices ser?
-Así es.
-Cuéntame algo, ¿Qué recuerdas de aquel día cuando oficialmente te inauguraron?
-Fue el 6 de enero de 1967. Fue una bonita ceremonia. Vino hasta el presidente de la República. Todos lucieron sus mejores galas. ¡Hasta yo! De hecho, esto es lo que queda de lo que un día fue un hermoso traje y una gran imagen. El guayanés Raúl Leoni cortó la cinta simbólica sostenida por lindas muchachas que llevaban puestos trajes típicos de la región. Recuerdo que usó unas tijeras de oro que fueron confeccionadas en El Callao. Tardaron cuatro años en construirme.
– Y de esos largos días de construcción, ¿Qué puedes decirme?
-Recuerdo que Leopoldo Sucre Figarella era Ministro de Obras Públicas. La primera piedra la colocó el presidente Rómulo Betancourt. Los ingenieros Juan Otaola Paván y Paul Lustgarten, nacido en Ciudad Bolívar, se encargaron de mi diseño. ¡La verdad es que se botaron!
-¡Ah, sí! ¡Pero qué presumido eres!
-No, no lo tomes así. Es que mira, soy un puente colgante mixto en la parte central, con tramos laterales en concreto pretensado; mi longitud total es de 1.678,5 mts y de 1.272 la longitud el tramo central; cuelgo de dos torres de acero de 119,2 mts de alto, y fui el noveno del mundo y el primero de mi tipo en Latinoamérica.
-De joven debiste haber sido muy guapo
-Ja ja ja. Algo así, estaba muy alumbradito. De noche, todos querían transitar por acá, el asfalto estaba muy bien colocado y al ser una obra nueva representaba el orgullo de miles de venezolanos.
-Ahora te entiendo. ¿Qué anécdotas guardas de esos días de “estreno”?
-Recuerdo que el Gobierno mandó varios batallones de la Guardia Nacional. Entre ellos, no pude olvidar a un soldado en particular. Se trata de Gonzalo Leal, todos le dicen “Cachete”, vive en Ciudad Bolívar. Él solo vino a servir a la Guardia, se paseó por mis tramos, pero, al momento de irse, dijo que no. Decidió quedarse en estas tierras. Se dejó llevar por el encanto de una linda guayanesa con la que se casó y tuvo tres hijos. Cada vez que cumplo años, Cachete lo celebra y dice con orgullo: Yo llegué a Bolívar el día que inauguraron el puente y me quedé.
Mi conversador acompañante agachó la mirada y suspiró. Sé que recordó algo más. Le pregunté:
-¿Algo más que quieras contarme?
-Sí, también recordé a quienes han perdido la vida transitándome y los incidentes que ocurren con el paso de los años. El primero ocurrió el 7 de septiembre de 1989 luego de pasar una gandola sobrecargada con productos siderúrgicos, se produjo la caída parcial del tablero de la Torre Norte; El 17 de enero de 1977, chocó un bus con un chuto desprendido de una gandola; el 4 de agosto de 1979, fui cerrado por primera vez, y el 3 de octubre de 2010, una camioneta conducida por un joven, me impactó de madrugada y cayó al río.
-Cuéntame, ¿por qué si hoy cumples 54 años luces de más edad y no se te ve en tu mejor momento?
-A medida que envejezco, quienes tienen la responsabilidad de darme un cariñito parecieran olvidarme. Dejé de ser el imponente puente para convertirme en una estructura a la que da miedo cruzar. Hasta tú estás asustada. Mis barandas están flojas, mi capa asfáltica debilitada. Apenas unos pocos bombillos me alumbran. Siento que a nadie le importo, para mí no hay presupuesto.
-Pero, hace pocos años te metieron a mano.
-Sí, pero debes entender algo, mis revisiones debieron y deben hacerse así: Una en mis primeros diez años; otra, a los cinco; una más, a los dos, y de allí en adelante anualmente de forma indefinida. Es doloroso que no lo hagan, sabes.
Por un momento sentí hasta culpa por verlo así abandonado, también sentí impotencia al no poder ayudarlo. Quise abrazarlo y decirle que todo iba a estar bien. Solo se me ocurrió hacerle una última pregunta.
-Señor, hoy estás de cumpleaños y eso es bueno, es un gran motivo para compartir contigo. Si tuvieras la oportunidad de pedir un deseo, ¿Cuál sería?
-Pediría que se me hicieran un mantenimiento profundo, que constantemente se me vigilara, que se recuperara toda mi estructura y me permitan seguir envejeciendo como un abuelo al que todos quieren visitar. Y lo que más, más, más me gustaría sería que me alumbraran todo, incluyendo mi silueta, y que esta se vea desde allá, desde tu Ciudad Bolívar, con el tricolor nacional.
Redacción/Gledis Bonilla