«Dicen que uno puede congelarse del miedo y yo creo que mi mente se desconectó. Pavor indescriptible».
Así recuerda Kristin Ehnmark el momento más aterrador de su vida.
Era el verano de 1973 y ella era una de los cuatro rehenes en el asalto del Kreditbanken, un banco de la plaza Norrmalmstorg de Estocolmo, perpetrado por Jan-Erik Olsson, un delincuente experto en abrir cajas de seguridad y en explosivos de 32 años.
En algún momento Olsson quiso demostrarle a la policía que estaba hablando en serio, así que escogió a Sven Safstrom, otro rehén, y le dijo «‘te voy a disparar en la pierna, pero voy a evitar los huesos, para no hacerte tanto daño», le cuenta Kristin a la BBC.
En ese momento crucial, Kristin dijo algo extraño: «Sven, es sólo en la pierna».
¿Por qué diría algo así? ¿Por qué se puso del lado de un peligroso criminal?
Probablemente crees tener la respuesta, una compuesta de dos palabras que se unieron tras ese evento hace casi medio siglo, pero cuando se trata del síndrome de Estocolmo, no todo es tan claro.
Volvamos al principio.
Un 23 de agosto en la capital sueca
Era un día soleado cuando Kristin, quien entonces tenía 22 años y trabajaba como estenógrafa en el Kreditbanken, estaba terminando de escribir una carta.
«De repente, oí disparos y me tiré al piso. El asaltante se metió tras el escritorio y apuntándonos nos ordenó a mí y dos colegas que nos levantáramos», le dijo Kristin a la BBC.
El robo se frustró cuando la policía llegó.
Pero Olsson, quien acababa de escaparse de la cárcel, tenía un plan: usar a los rehenes para huir del país.
El asaltador exigió dinero, un auto y que le trajeran al banco a un amigo que estaba cumpliendo una condena.
Su nombre era Clark Olofsson y al oírlo Kristin lo reconoció.
«Lo describían como ‘extremadamente peligroso'».
Tenía 26 años y era uno de los criminales más famosos de Suecia. Robaba bancos, había estado vinculado al asesinato de un policía y ya se había escapado de la prisión dos veces.
Asombrosamente, los negociadores accedieron, trajeron a Olofsson y lo dejaron entrar al banco.
Además, les dieron el dinero y estacionaron un Ford Mustang azul con el tanque lleno de gasolina listo para que Olsson y Olofsson lo usaran pero le negaron una petición: permitir que se llevaran a algunos de los rehenes con ellos.
Los delincuentes metieron a los rehenes en la bóveda. De repente, un policía que había entrado pasando desapercibido cerró la puerta, dejando a los 4 rehenes junto con los 2 delincuentes atrapados.
Mientras las autoridades intentaban controlar la situación, adentro Olsson sentó a una de las rehenes frente a la puerta, le amarró una bomba a un pie y apagó las luces.
En la oscuridad, lo único que rompía el silencio era el sonido de Olsson mascando pastillas de cafeína.
Con el paso de las horas, se empezó a poner nervioso y decidió que tenía que demostrarle a la policía que estaba hablando en serio. Fue entonces que se le ocurrió dispararle a Sven en la pierna.
Y fue entonces que Kristin empezó a comportarse de esa extraña manera que sería detallada y debatida durante los siguientes 50 años.
La llamada
«A mí realmente me avergüenza lo que dije. No soy así. Me tomó como 10 años hablar del tema».
Los otros trataron de convencer a Olsson de que no era buena idea, que no iba a conseguir nada hiriendo a Sven.
Kristin tuvo otra idea peculiar: llamó al primer ministro de Suecia Olof Palme.
Se identificó con su nombre y como uno de los rehenes del banco. «La secretaria me dijo que esperara un momento y luego él habló».
Si una conversación entre un rehén y un primer ministro te parece rara, el mundo más tarde se asombraría más de lo que ella le dijo. Habló con calidez de sus captores y dijo que confiaba en ellos más que en la policía.
En la grabación de la conversación, se oye a Kristin diciendo que está «muy decepcionada» con él.
“Creo que está jugando con nuestras vidas. Confío plenamente en Jan y el ladrón. No nos han hecho nada. Han sido muy amables. Lo que temo es que la policía ataque y nos mate”, Kristin Ehnmark al primer ministro de Suecia
El primer ministro estaba estupefacto, sonaba hasta ofendido.
«Intenté de todas las maneras posibles de convencerlo de que dejara que dos de nosotros fuéramos con Olsson y Olofsson en el auto», le cuenta a la BBC.
Palme le respondió que era imposible, que le dijera a los delincuentes que entregaran sus armas; ella le dijo que no lo harían. Esta conversación se repitió varias veces hasta que el primer ministro, exasperado, dijo algo que fue borrado de la grabación de esa conversación: «Pues bien, entonces quizás usted tendrá que morir».
Desesperada, Kristin colgó.
El sitio continuó por seis días más. Eventualmente, la policía tomó el banco y, con sus armas listas, le gritaron a los rehenes que salieran primero.
«Jan nos dijo: ‘si salen antes, nos van a matar’. Así que les dijimos: ‘salgan ustedes primero'», recuerda Kristin. Los rehenes estaban protegiendo a quienes los habían tenido secuestrados y amenazado sus vidas.
Los delincuentes salieron primero, se detuvieron en la puerta para despedirse de los rehenes -besos para las mujeres y un apretón de manos con Sven-. Cuando Kristin salió, trató de evitar que la acostaran en una camilla; parecía más enojada con la policía que con los criminales.
El síndrome
Unos días más tarde, el negociador principal, el psiquiatra Nils Bejerot, le explicó al mundo por qué Kristin había actuado de esa manera. La causa de su conducta irracional, aseguró, era un síndrome psiquiátrico al que llamó Norrmalmstorg.
Así nació el síndrome de Estocolmo, que adoptó el nombre de la ciudad, no de la plaza sueca.
«Cuando una persona normal es secuestrada por un delincuente que tiene el poder de matarla, en cuestión de horas, el rehén tiene una especie de regresión a emociones infantiles: no puede comer, hablar, ir al baño sin permiso. Hacerlo es un riesgo, así que acepta que su captor es quien le da la vida, como lo hizo su madre», explicaba después el psiquiatra Frank Ochberg, quien definió el síndrome para el FBI y Scotland Yard en la década de 1970.
Y, en 1974, Patty Hearst, la heredera de la fortuna una familia dueña de un periódico californiano, fue secuestrada por militantes revolucionarios. Tras meses en cautiverio, se unió a ellos en un robo. Finalmente fue capturada y en el juicio, sus abogados usaron el síndrome de Estocolmo para defenderla.
El síndrome se popularizó y desde entonces ha reverberado en las ciencias sociales, no siempre para bien.
Antes y después
«Kristin es una de las mujeres más famosas y menos comprendidas de la psicología», declaró el psicólogo Allan Wade, terapeuta e investigador enfocado en problemas de violencia, en conversación con la BBC.
«El síndrome de Estocolmo forma parte de la familia de conceptos usados para representar personas violadas y oprimidas».
Y tiene raíces anteriores al caso de Suecia.
«Básicamente viene de varias líneas de pensamiento combinadas por Ana Freud en su artículo de 1940 sobre la identificación con el agresor», señala Wade.
Sigmund Freud trabajó con niños abusados y Ana, su hija y fundadora del psicoanálisis infantil, llegó a la conclusión de que un niño tratado violentamente internalizaba esa violencia y simpatizaba con el agresor. Para ella, se trataba de un mecanismo de defensa.
«La idea psicoanalítica era que cuando la gente está abrumada por el miedo, inconscientemente regresa a una etapa infantil y se empieza a identificar con el agresor, pues es quien les da vida. Ideas relacionadas con estas pueden encontrarse en algunas formas de pensamiento marxista para explicar la razón por la que el proletariado no se levanta contra sus opresores».
En todos esos casos, son las víctimas las que están actuando irracionalmente en contra de sus intereses.
La versión remozada de estas teorías, el síndrome de Estocolmo, se filtró en aún más campos.
En la década de 1990 se convirtió en una forma de explicar la conducta no sólo de rehenes o el proletariado, sino de las víctimas de abuso doméstico, que no quieren o pueden dejar a sus agresores.
Algo que ha sido vehementemente rechazado.
«Para quienes no entendían por qué una mujer no actuaba como pensaban que debería hacerlo y tenían una comprensión muy limitada sobre el abuso doméstico, fue una manera fácil de explicar una situación increíblemente compleja que puede tener múltiples y calidoscópicas razones», dice Jess Hill, autora del premiado libro «Mira lo que me hiciste hacer».
«En una relación íntima, que es muy distinta a una situación de secuestro con un extraño, la idea del síndrome de Estocolmo es absurda. Hay principios de apego en juego. Está el hecho de que el momento de la partida es el más peligroso. Usualmente dependen económicamente de sus agresores… hay mucha gimnasia mental que a menudo resulta en que las mujeres concluyen que no tienen otra opción más que quedarse», opina Hill.
¿Debería entonces evocarse síndrome de Estocolmo sólo al tratarse de secuestrados por delincuentes?
Ni siquiera, alegan muchos.
Volvamos al verano de 1973 en ese banco sueco.
Desde otro punto de vista
¿Hay otra manera de interpretar la historia de Kristin Ehnmark?
«Las opciones de la policía eran básicamente ‘salgan o entraremos a atraparlos’, y eso, por supuesto, llevaba a consecuencias trágicas: la posible muerte de perpetradores, policías y rehenes», le explicó a la BBC Gary Noesner, exjefe de la Unidad de Negociadores del FBI.
Un estudio publicado dos años después del incidente en Estocolmo estimó el riesgo de muerte de rehenes en un enfrentamiento con la policía en un 79%.
Hay que tener en cuenta que, como señala Kristin, los rehenes estaban supremamente atemorizados.
«No dormíamos. No sabíamos qué iba a hacer la policía. Todo el tiempo trataban de acercarse. Pensé que quizás terminarían haciendo algo que me afectaría, porque los ladrones se estaban poniendo nerviosos».
El segundo día del secuestro en el banco, el psicólogo Bejorot tuvo la idea de traer al hermano de Olsson, quien entró al banco gritando «No disparen». Olsson abrió fuego. Resulta que no era su hermano. Cada vez que la policía intervenía, aumentaba el riesgo para los rehenes.
«No es raro que los rehenes sientan que la policía es un peligro: si empiezan a disparar, ¿van a morir en el fuego cruzado?», señala Noesner.
Cuando había pasado casi una semana, el gobierno estaba bajo presión.
«Ese fue el momento en el que taladraron el techo y echaron gas», cuenta Kristin. El plan era dormirlos a todos en la bóveda, entrar y liberar a los rehenes.
«Jan nos dijo que si estaban usando gas, íbamos a sufrir daños cerebrales y como él no quería que eso pasara, nos iba a matar». Les puso sogas en el cuello. «Pensé que había llegado mi fin».
La vida de los rehenes pendía de un hilo.
Olsson y Olofsson se rindieron; Kristin y los otros rehenes sobrevivieron. Pero la policía los había encerrado en una bóveda, les había echado gas mientras tenían una soga en el cuello, hasta el primer ministro había dicho que quizás tendrían que morir.
Sin embargo, debido a la forma en la que Kristin se comportó durante el episodio fue etiquetada con un desorden psiquiátrico. Y quien lo hizo fue Bejerot, el responsable de todas las decisiones que produjeron pánico entre los rehenes.
«La quisieron sacar en una camilla y cuando le preguntaron si criticaba las acciones de la policía, ella respondió ‘sí, fue peligroso’. La siguiente persona que entrevistaron fue quien se debió haber sentido criticado, y él básicamente dijo: ‘no pueden tomarla en serio, tiene síndrome de Estocolmo'», subraya Wade.
«Para mí, fue una manera de desestimar lo que hizo para resistir, preservar su dignidad y proteger a los otros rehenes».
Lo increíble fue que nadie se molestó en preguntarle a Kristin su opinión.
«Ninguno de los expertos mundiales en síndrome de Estocolmo que ganaron mucho dinero hablando del tema jamás conversaron con ella. Hablaron sobre ella, sin ella, en vez de darle voz para que articulara su propia experiencia», apunta Wade.
«Siempre sentí que había hecho algo malo», le dice Kristin a la BBC.
«Kristin me dijo que hubiera querido que alguien la hubiera abrazado por un rato muy, muy largo. Eso no sucedió. Le asignaron una patología sin respetar la ética y hablar con ella», denuncia Wade.
En vez de ver la situación desde la perspectiva de las víctimas, se asumió como parcialmente su error. El poder estuvo en manos de quienes determinan las explicaciones.
Y, curiosamente, incluso expertos como el abanderado del síndrome, Frank Ochberg, aceptó que los casos de síndrome de Estocolmo son raros.
De hecho, no existen criterios de diagnóstico ampliamente aceptados para identificar el síndrome, y no se encuentra en ninguno de los dos manuales psiquiátricos principales, el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-5) y la Clasificación Internacional y Estadística de Enfermedades y Problemas Relacionados con la Salud (CIE).
Para Kristin Ehnmark, «es mierda, si eso se puede decir en la BBC».
«Yo hice lo que pude para sobrevivir».
BBC