***Con su ejemplo de superación, constancia y perseverancia, dejó muy en alto el ímpetu que caracteriza a las guayanesas
En este mes homenaje de El Luchador a la mujer guayanesa, comenzamos contándoles la historia de una dama que, aunque físicamente ya no está con nosotros, con su ejemplo de superación, constancia y perseverancia siempre dejó por lo alto al ímpetu que caracteriza a las guayanesas.
Ella fue Carmen Viamonte, o mejor dicho: Doña Carmen, como muchos la conocían. Su legado comenzó a gestarse el mismo día que prefirió dejar la prestancia de un alto cargo en una reconocida empresa, para convertirse en vendedora de empanadas. Esta es su inspiradora historia.
El Maizal de la Perimetral
¿Alguna vez te comiste una deliciosa empanada en el Maizal de la Av. Perimetral? Seguro que sí. Y fue Doña Carmen quien seguramente la preparó. Ella fue artífice durante más de dos décadas, de esa cita obligada en la Perimetral de Ciudad Bolívar para saborear una rica empanadita de maíz o un pastel de masa casera.
Así arrancó el negocio
Doña Carmen nació en humilde cuna, pero nunca conoció límites a su voluntad de superación en la vida. Siendo una de las hermanas menores en una numerosa familia, desde niña aprendió de cocina viendo a su madre en la labor. Su infancia transcurrió entre pocos estudios y muchas labores domésticas, que la llevaron hasta la singular aventura de vivir en una montaña en San Francisco de La Paragua.
Pero un buen día se levantó cansada de andar lavando y planchando ropa a cambio de casi nada, y tomó la primera decisión importante en su vida: se fue de su casa a buscar un empleo y a estudiar.
Con el paso del tiempo, la joven Carmen se graduó e inició su andar por empresas como Pepsi, Fábrica de Motores y Pintacasa.
Empezó a trabajar desde cargos de muy baja jerarquía, pero su actitud, su talento, sus valores y una disposición de ayudar a todos desinteresadamente, la hicieron siempre brillar con luz propia, llevándola a ocupar puestos gerenciales en corto tiempo.
Faltaba algo más
Había conquistado un gran momento profesional, feliz al lado de su única hija y ya había comprado casa propia. Se sentía realizada, tenía buenos ingresos y podía haberse quedado en ese nivel de confort.
Pero muy en su interior, Carmen no aceptaba pasarse la vida, 20 años más trabajando para otro. El inquieto espíritu de Carmen la llamaba a luchar por independizarse.
Nació El Piloncito
Fue así como Doña Carmen renunció a su trabajo; una decisión impetuosa, porque todavía no tenía claro a qué se iba a dedicar. Recordó aquellos días de cocina al lado de su madre a quien perdió cuando apenas tenía 15 años, y así decidió montar «El Piloncito».
Construyó un tarantín en el patio trasero de su casa que limita con la transitada avenida Perimetral de Ciudad Bolívar. Era finales de los noventa y aún no existía el puente Orinoquia. La única forma de llegar a Bolívar por vía terrestre desde cualquier lugar de Venezuela, era por el puente Angostura que conduce a la Perimetral. Un paso obligado para los choferes de autobús, gandoleros y viajeros que pasaban frente al negocito de Doña Carmen.
Como todo comienzo, no le fue fácil dejar atrás la comodidad de la oficina, buena ropa, maquillaje, perfume y el ego de ser la jefa, para ponerse un delantal y fajarse duro en la cocina, sudar bastante al calor del fogón si quería que su proyecto funcionara.
Se levantaba a las 4 de la madrugada con su hija, Melissa, quien siempre fue su mano derecha. En un pequeño molino, convertían los granos de maíz pilado en masa para hacer las empanadas; hacían los guisos, el jugo. Había que abrir lo antes posible para aprovechar los clientes.
En los primeros dos años las ventas fueron casi nulas. Económicamente estaba asfixiada, no podría seguir sin un ingreso estable. Pero Doña Carmen nunca se rindió. Lo único que tenía en su mente era que seguiría echándole con ganas hasta que un día su negocio tuviera tantos clientes que ya no podría ella sola.
Era una mujer que padecía a causa del sobrepeso, no podía estar mucho tiempo de pie, sufría de hipertensión arterial y comenzaba a tener problemas renales, sin embargo, su actitud arrolladora siempre opacó cualquier impedimento físico.
La constancia la llevó al triunfo
“Se cosecha lo que se siembra” y Doña Carmen no fue la excepción. Finalmente, todo el esfuerzo estaba rindiendo frutos. El Piloncito, como se llamó en un inicio, comenzó a agarrar fama hasta convertirse en la parada obligada de quienes pasaban por la Av. Perimetral.
Un día esta luchadora se levantó y vio su tarantín tal y como lo imaginó, lleno de clientes y sin poder darse abasto. Entonces contrató a sus primeros empleados, entre ellos, uno de sus hermanos.
La consolidación
Pero la cosa allí no terminó. Con el pasar de los años El Piloncito demandaba mayor espacio para seguir creciendo. Construyó un local más grande, ahora con mesas y mayor comodidad para los exigentes comensales.
Fue tanto el auge, que personas de cualquier lugar del estado viajaban al sitio a comer. Autoridades regionales y cantantes famosos se dieron cita en el lugar que pasó a llamarse «El Rincón del Maizal Guayanés».
La sazón de Doña Carmen hacía la diferencia y comenzó a ser contratada para ser chef en banquetes y eventos públicos y privados. En diciembre, le llovían los contratos para hacer hallacas. Más de uno tuvo que hacer cola y hasta rogarle para que no lo dejaran por fuera, pues eran muchos los pedidos.
Todo esto la llevó a participar en importantes eventos como, por ejemplo, el Festival Gastronómico de Ciudad Bolívar en el marco de las Fiestas del Orinoco, en donde se destacó como figura principal para demostrarle al mundo cómo es que se hace un Palo a` Pique en Guayana.
Los éxitos fueron muchos. Veintidós años después, Carmen se dio el gusto de retirarse feliz y triunfadora, para dedicarse a disfrutar a sus nietos. Para eso, Doña Carmen creó su propia empresa, con la que se dio el lujo de tener decenas de empleados, a la que finalmente su hija y su yerno, Guillermo, se dedicaron en los últimos años.
«Tirar la toalla» nunca!
La crisis por la que atraviesa el país no hizo excepción con la empresa de Doña Carmen y toda esa prosperidad hoy es un recuerdo que obliga a reinventarse a los herederos del legado de sus 62 años de vida victoriosa. Ninguna adversidad apagará el ejemplo de esta inolvidable guayanesa que demostró al mundo que cuando se tiene un gran ímpetu de superación nada puede detenerte. (Redacción/Gledis Bonilla)