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martes, noviembre 26, 2024

¿Por qué hay menos conchas marinas en las orillas del mar?

En 1973, cuando Melissa Greene estaba en sexto grado, sus padres compraron el primer condominio en un nuevo desarrollo inmobiliario frente a la playa de Florida, en Hutchinson Island, en la costa atlántica del sureste de Estados Unidos.

La primera vez que ella y sus hermanos corrieron a la salvaje orilla, les sorprendió el contraste con sus anteriores viajes a la playa de Daytona (Florida), todo un espectáculo de coches y cruceros repletos de gente. En Hutchinson, en cambio, el espectáculo eran las conchas marinas.

Cada marea dejaba una hilera de caracolas y buccinos; caracoles nuez moscada y conchas de tulipán; ojos de tiburón (o también llamados conchas de caracol lunar) del tamaño de una moneda y bayas marrones del tamaño de la mano de Greene. Hacia abajo, en la playa, un bosque de madera a la deriva recogía aún más conchas, junto con estrellas de mar y cangrejos y cajas de huevos marinos de todo tipo.

Greene y su familia pronto cumplirán medio siglo como propietarios de Ocean Village, ahora una comunidad de 1200 viviendas. Hoy, en el mismo tramo de playa, rara vez encuentra las grandes conchas intactas que eran habituales en su infancia.

«Es una diferencia asombrosa», cuenta. Aunque una gran tormenta puede seguir arrastrando vida marina y pedregullo, «lo que ya no se ve son los grandes montones de conchas enteras, del tamaño de una moneda o más, y aquellas grandes conchas que vimos durante años».

Entre los objetos naturales más venerados a lo largo de la historia de la humanidad, las conchas marinas encierran la sorpresa y el asombro que aún promete un viaje a la playa como los profundos cambios que se están generando en nuestras costas.

Desde el abulón de la costa occidental de Estados Unidos hasta las caracolas y los buccinos de la costa oriental, algunos de los moluscos marinos (los animales arquitectos que construyen conchas marinas a partir del carbonato cálcico del agua de mar) más grandes y conocidos han disminuido bajo la presión de la pesca. También se ven perjudicados por el aumento de la temperatura de los océanos y la acidificación de las aguas, así como por otras contaminaciones y escorrentías procedentes de la tierra. Finalmente, pueden ser desplazados por la grave erosión causada por las ensenadas y los espigones (un problema persistente en Hutchinson Island), así como por los esfuerzos para reparar las playas erosionadas mediante la restauración de la arena perdida.

Pero los moluscos marinos, que han sobrevivido a los cambios de la Tierra durante 500 millones de años, también resultan ser modelos de resiliencia como así también reflejos de la capacidad humana para arreglar lo que está roto, dice George Buckley, del Club de Malacología de Boston.

Antes de que se aprobara la Ley de Aguas Limpias en 1972 (para la protección de la calidad de aguas superficiales en las costas de EE.UU) cuando era un joven presidente del club, Buckley observó cómo los queridos moluscos y conchas marinas eran eliminados por la contaminación industrial y de las aguas residuales en las islas del puerto de Boston. Hoy, «los moluscos se han repoblado», sostiene. «Encuentras moluscos y también conchas».

¿Cómo contribuyen la pesca y el turismo en la pérdida de conchas marinas?

En las playas que registran cifras récord de turismo, más gente puede significar menos conchas. «No se trata tanto de la recolección individual como de las muchas ramificaciones del turismo masivo», cuenta el paleobiólogo Michal Kowalewski, del Museo de Historia Natural de Florida. «El turismo masivo significa más barcos, mayor mantenimiento de las playas, más cantidad de maquinaria, todo lo cual contribuye a cambiar las líneas de costa».

Al igual que algunos habitantes obsesionados con tener su césped impolutamente verde, muchos bañistas han desarrollado una preferencia por la arena inmaculadamente cuidada. Estas últimas pueden implicar el uso de maquinaria pesada para rastrillar la arena con púas afiladas. Cuando las máquinas de limpieza de la arena retiran los plásticos, las colillas y otros desechos humanos, también recogen la vida marina, las conchas y la madera a la deriva.

Florida limita el uso de equipos de limpieza de playas mecanizados durante la temporada de anidación de las tortugas marinas amenazadas y en peligro de extinción. Pero los moluscos marinos y otros invertebrados no suscitan la misma preocupación (ni el mismo dinero destinado a la investigación) que estos animales, cuyos ojos son grandes y conmovedores y no están montados sobre tentáculos.

Los ecologistas han descubierto que la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (el indicador oficial de la asombrosa disminución de animales que se está produciendo en todo el mundo) subestima gravemente la pérdida de invertebrados, que se calcula que constituyen el 97% de todas las criaturas.

La financiación de la investigación de especies de importancia comercial significa que los científicos son los que más saben sobre los moluscos que comemos. Los buccinos canalizados y los caracoles búhos nudosos (anteriormente reconocibles en las playas que van desde Cabo Cod hasta Cabo Cañaveral) se convirtieron en una fuente de ingresos rápida y multimillonaria. Los investigadores han descubierto que las hembras de esta especie se capturan antes de que tengan la oportunidad de reproducirse.

Lo mismo ocurre con los Triplofusus giganteus o caracol chacpel (como se le conoce en México), que tienen las conchas más grandes del hemisferio norte. Estas conchas con forma de huso pueden llegar a medir hasta 60 centímetros de largo; su enormidad llevó a los legisladores de Florida a nombrarlas como las horse conchs (conchas caballo) como concha marina del estado en 1969. Sin embargo, los tamaños documentados en las fotos históricas de las playas ya no se ven. Los investigadores han descubierto que un siglo de recolección no regulada los ha puesto en peligro de extinción.

Más al sur, los caracoles reina, que construyen caparazones rosados y brillantes del tamaño de un balón de fútbol americano, son tan evocadores de los Cayos de Florida que a los nacidos en las islas se les llama «caracoles». Pero la población de caracolas reina se desplomó a mediados del siglo XX y nunca se ha recuperado, a pesar de la prohibición de la pesca comercial de caracolas en Florida desde 1975 y de toda recolección desde 1986.

La pérdida de esta especie se ha extendido ahora a las Bahamas y al Caribe. Los expertos advierten que los rebaños de caracolas de las Bahamas (que exportan gran parte de la carne de caracola que se consume en Estados Unidos) han disminuido por debajo del número mínimo que necesitan estos animales para reproducirse.

Las conchas de caracol, desechadas tras extraer el animal para cocinarlas

Las conchas de caracol, desechadas tras extraer el animal para cocinarlas, ensucian una playa de las Bahamas, donde el caracol es un plato favorito y también una importante exportación.

FOTOGRAFÍA DE NATHAN DERRICK GETTY IMAGES (270311)

Lecciones del pasado

Cuantificar la situación de las decenas de miles de otros moluscos del mar es un reto, dada la falta de datos de referencia anteriores a mediados del siglo XX. La paleontóloga Susan Kidwell, de la Universidad de Chicago, fue pionera en el uso de «estudios de vivos-muertos» para comparar las acumulaciones de conchas del pasado, descubiertas en los sedimentos oceánicos, con las poblaciones de animales con concha que viven en la actualidad.

En zonas con factores de estrés humano, como vertidos de aguas residuales, dragado del fondo marino o cambios significativos en el uso de la tierra, las poblaciones actuales no están a la altura. En algunos casos, han desaparecido.

Kidwell relacionó el colapso de un vasto ecosistema marino que antaño prosperaba frente a la plataforma continental del sur de California, por ejemplo, con la introducción del ganado por los colonos españoles. Los registros fósiles del fondo marino muestran que antes de la década de 1770, habían pocos sedimentos en las praderas costeras de la región. Un siglo de pastoreo sin control transformó ese ecosistema, enviando megatoneladas de sedimentos desde los ríos al mar. Los braquiópodos y las vieiras que habían vivido fuera de la plataforma durante 4000 años no pudieron tolerar el limo. Murieron. Las almejas amantes del fango ocuparon su lugar.

Los estudios sobre animales vivos y muertos también empiezan a mostrar lo desastroso que puede ser el calentamiento de las temperaturas oceánicas para los moluscos marinos autóctonos. Un equipo dirigido por Paolo G. Albano, de la Estación Zoológica Anton Dohrn de Italia, descubrió una pérdida de casi el 90% de las poblaciones autóctonas en los suaves bajíos del Mar Mediterráneo frente a Israel, una de las partes de los océanos que más rápido se están calentando.

Los estudios pueden ser «como escribir obituarios», lamenta Kidwell. Pero también pueden ofrecer información sobre la recuperación y la resistencia. Kowalewski y sus colegas realizaron estudios de vida-muerte en las praderas marinas del Big Bend, en el norte del Golfo de Florida, uno de los ecosistemas costeros menos alterados de Estados Unidos. Recogiendo y analizando más de 50 000 conchas, descubrieron que las poblaciones de moluscos que viven hoy en las praderas de ese lugar se parecen mucho a las que vivían en siglos anteriores.

Kowalewski espera replicar la investigación en una de las regiones donde Florida está perdiendo praderas marinas. Si los manatíes están muriendo, es lógico que otros animales que dependen de las hierbas también estén sufriendo.

Por amor a las conchas

En la isla de Sanibel, en la costa suroeste de Florida, los moluscos excavan, burbujean y se deslizan por la arena húmeda en un colorido desfile de conchas marinas. Hace 25 años, Sanibel se convirtió en la primera ciudad de Estados Unidos en prohibir el «live shelling«, la práctica de recoger y matar a estos animales por sus conchas. La medida para proteger la vida de los moluscos de cuerpo blando parece casi pintoresca, dado el calentamiento de los océanos y otras «crudas realidades del mundo cambiante», reconoce José H. Leal, director científico y conservador del Museo Nacional de Conchas Bailey-Matthews de Sanibel.

Pero ayudar a los bañistas a apreciar los animales del interior de la concha tanto como el pulido exterior resulta ser un paso crucial para ayudarles a entender lo que está ocurriendo en el mar, dice Leal. «Incluso a nivel subliminal, si la gente entiende la complejidad de estos animales y su importancia, también se dará cuenta de la necesidad de proteger los ecosistemas oceánicos«.

Los parques estatales de Delaware se encuentran entre un número cada vez mayor de parques estatales y nacionales que llevan la llamada limpieza de playas de bajo impacto un paso más allá: pedir a los visitantes que dejen también las conchas vacías. En el Parque Estatal de Delaware Seashore, los carteles aconsejan a los visitantes que «dejen las conchas donde están o saquen una foto de una criatura marina en la arena. Al fin y al cabo, el objetivo de disfrutar de la naturaleza es que esté en estado natural».

La iniciativa, puesta en marcha durante la pandemia cuando la gente acudía a las playas en números récord para escapar del confinamiento, se basa en la ética de «no dejar rastro» en la que Delaware lleva trabajando décadas, dice el director de parques estatales Ray Bivens, quien empezó en la agencia como naturalista. Si se dejan acumular en la playa, las conchas son reutilizadas por los cangrejos ermitaños, sirven de hábitat para otros animales y de camuflaje para los pequeños huevos y crías de aves.

«La mayoría de la gente quiere hacer lo correcto», advierte Bivens. «Esos valores ecológicos tienen sentido, aunque lleven toda la vida recogiendo conchas en la playa».

Resistirse a la tentación también significa que otro recolector de las costas, tal vez un niño, podrá experimentar la maravilla de encontrar una concha.

National Geographic

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