Todos nos hemos encontrado alguna vez con una persona que no para de hablar, contar anécdotas sobre sí misma y, en definitiva, monopolizar la conversación. Y, si nunca la has conocido, lamentamos decirte que eres tú. Suele ser molesto eso de lidiar con alguien que habla demasiado, principalmente porque la conversación gira, como decíamos, en torno a su vida y obra. Pero es inevitable.
Como explica un reciente artículo publicado en ‘Psychology Today‘, las razones para hablar demasiado pueden ser principalmente intrínsecas. Algunas personas son naturalmente habladoras, devotamente ensimismadas o ajenas al desequilibrio entre hablar y escuchar. Pero otras razones son principalmente situacionales y pueden identificarse y manejarse. Después de escuchar durante un rato, podemos diagnosticar las razones situacionales por las que se habla demasiado y tratar de crear más equilibrio.
Más gente, menos equidad
A veces es la estructura del grupo la que influye en la participación: cuando hay más de seis personas, algunas no contribuyen mucho. Dividir grupos grandes en conversaciones de dos o tres suele funcionar mejor para que haya equidad. Y si el grupo es grande, es crucial no tener un líder. Generalmente, cuando hablamos en grupo, las conversaciones funcionan de una manera similar: surge un tema (por ejemplo, viajar porque alguien acaba de volver de Londres), del que generalmente se hacen preguntas. La persona que habla demasiado, sin embargo, no preguntará, sino que describirá su propio viaje en detalle. En definitiva, usan la información más breve como un trampolín para una gran cantidad de información nueva orientada hacia sí mismos.
Una posible razón para esto es que se perciben a sí mismas como mejores y de mayor estatus que otras del grupo, quizá debido a sus experiencias. Si hablan de algo es porque son expertas y así quieren hacértelo saber. Y el problema principal no tiene por qué ser la cantidad de tiempo que se dedica a hablar sino, quizá, que está diciendo demasiado. Los lingüistas distinguen entre estructura profunda (las ideas que se expresan) y estructura superficial (las palabras reales que expresan esas ideas). Si la estructura superficial de alguien es abundante, mientras que su estructura profunda es mínima, la repetición innecesaria hace que las personas suenen más prolijas de lo que realmente son.
Al conversar solemos oscilar entre demasiada información y no la suficiente, tratando de encontrar un punto óptimo para que los oyentes no se aburran ni queden confundidos. Lo peor es que a veces permitimos o incluso animamos a las personas a monopolizar las conversaciones reforzando su locuacidad. Asentir con la cabeza o incluso sacudir la cabeza en desacuerdo puede animar al orador. Lo mejor que puede hacerse para parar la verborrea es no decir nada y asumir una expresión neutral.
Ser directo y franco, si hay confianza, también puede funcionar. Las razones para hablar pueden ser prácticas y razonables. Hablar demasiado es fundamentalmente un desequilibrio entre hablar y escuchar. No queremos callar a la persona habladora. Queremos restablecer el equilibrio.
El Confidencial