Hagamos el siguiente ejercicio: imagina que un día te despiertas, como si fueras el protagonista de ‘Guía del autoestopista galáctico’ o alguna novela de ficción distópica, y el Sol ha desaparecido por completo. Teniendo en cuenta que giramos alrededor de él, parece un poco difícil que pueda suceder eso en poco tiempo, pues los astrónomos ya han predicho que eso podría ocurrir en aproximadamente unos 10 mil millones de años (y ya tiene 4.600 millones). Unos cinco mil millones de años antes de eso se convertirá en una estrella roja, pero es difícil que nosotros vayamos a ver el espectáculo.
Pero, como decíamos, es un ejercicio de imaginación, por lo que podemos teorizar un poco. ¿Cómo afrontaríamos el que probablemente sería el día más importante de nuestras minúsculas vidas? Pues, primero, habría que prepararse para una serie de eventos que sucederían en plazos diferentes, y todos serían bastante catastróficos.
El colapso, paso a paso
En unos ocho minutos aproximados (al principio no notaríamos la desaparición del Sol), todo se sumiría en la más absoluta oscuridad, asegura la revista ‘How it works’. La Tierra y los demás objetos de nuestro Sistema Solar ya no orbitarían, sino que continuarían a lo largo de una trayectoria recta. La Luna también se volvería invisible, pues la luz solar no se reflejaría en ella. Solo veríamos estrellas.
Tendría que pasar todavía una semana, pero las temperaturas caerían a -18 grados e iría yendo a peor, lo que, irremediablemente, nos afectaría un poco. ¿Y las plantas? Teniendo en cuenta que el Sol es clave para la fotosíntesis, la vida vegetal no podría sobrevivir en estas condiciones de oscuridad. Aunque hay algo positivo: quedarían árboles grandes durante décadas porque tienen un metabolismo más lento.
Los animales, por otro lado, también notarían las complicaciones. La cadena alimenticia cambiaría, los más débiles morirían y los carroñeros durarían un poco más. En tan solo dos meses, los océanos se congelarían, aunque, irónicamente, la capa de hielo proporcionaría un aislamiento valioso que puede evitar que las profundidades del océano se congelen durante cientos de miles de años.
En mil años (sí, hay bastante diferencia con los ocho minutos catastróficos iniciales) nuestra atmósfera se congelaría y los dañinos rayos del cosmos llegarían a la Tierra. Lo bueno es que hay un resquicio para la esperanza: al haber cambiado la trayectoria de la Tierra, es posible que finalmente se encontrase con una estrella distante de alguna parte de la galaxia y la atmósfera y océanos se descongelasen, recuperando alguna de las características habitables de nuestro planeta de antaño. Podríamos volver entonces a poblarla. Aunque, un momento, ¿qué ha pasado con nosotros?
¿Cómo viviríamos los humanos?
Hemos visto que los animales y las plantas lo tienen un poco crudo. Aunque el Sol no ha desaparecido nunca, como es lógico, sí se han dado cambios climáticos que han afectado gravemente a la humanidad: en 1816 (conocido como el año sin verano, el verano que nunca fue o el año de la pobreza) se produjeron una serie de anomalías en el clima global, probablemente causadas por la combinación de una histórica caída en la actividad solar y varias importantes erupciones volcánicas, tanto en el volcán Mayon en Filipinas como en el monte Tambora. La temperatura mundial disminuyó entre 0,4–0,7 °C, y provocó tal escasez de alimentos que el historiador John D. Post bautizó al suceso como la última gran crisis de supervivencia del mundo.
Parecen malas noticias, claro. En ese primer día hipotético en el que nos sumiríamos en la más absoluta oscuridad (al cabo de ocho minutos, recuerda, al principio no nos enteraríamos) lo más probable es que miles de teorías sobre aliens y el Apocalipsis rondasen internet, pues habría que pensar un plan de escape para poder sobrevivir.
Lo cierto es que, incluso estableciendo un estado de alarma, en las primeras semanas haría tanto frío que la gente tendría que acostumbrarse a ello (en realidad empezaría a morir). Y si piensas que las zonas más calurosas del planeta estarían más preparadas, lamentamos decirte que es un error, puesto que sus ciudadanos están menos preparados para las temperaturas de frío extremas. Los polos, además, se congelarían en un punto de no retorno y habría mucho viento, que sería muy frío.
¿El primer paso? Por supuesto, encerrarse en casa abrigado y hacer acopio de comida. En los primeros días, la gente empezaría a morir de hipotermia, violencia o hambre, teniendo la suerte de que los países no se atacaran nuclearmente unos a otros. La electricidad dejaría de funcionar, progresivamente, y no tendríamos televisión, internet o calor en casa. Habría que hacer fuegos para vivir un poco más.
La única opción para sobrevivir sería construir un búnker lo más cerca posible del núcleo de la Tierra (a 1,6 kilómetros aproximados), con la esperanza de que ahí pudiera establecerse una sociedad suficientemente sostenible como para que sus ciudadanos cooperaran y pudieran sobrevivir a este extraño apocalipsis que ha llegado. Primero, necesitarías una pala para cavar, y después, mucha esperanza en el prójimo. Pinta feo.
Lo más seguro es que la mayor parte de la gente muriera en el lapso de una semana, pero si, con suerte, unos pocos lograran adaptarse a las nuevas condiciones y sobrevivir del calor interno irradiado, quizá nuestros sucesores sí podrían dirigirse a un planeta diferente con condiciones más habitables. O esperar a que la Tierra se uniese a otra estrella. Habría que ser muy optimistas y armarse de paciencia, pero ya sabemos que los escenarios apocalípticos son poco probables. ¿No? O quizá vaya siendo hora de ir al supermercado a comprar papel higiénico.
El Confidencial