Tener una, o alguna, es como tener un tesoro. Y no nos referimos únicamente al valor económico que poseen, sino al que hay detrás de su precio, el esfuerzo humano, pero sobre todo animal para crearlas. Porque las perlas no vienen al mundo como llegan a la joyería. En su brillo esconden un largo proceso, además, de lo más peculiar.
Si bien casi todas las piedras preciosas más preciadas del mundo se pueden encontrar enterradas bajo tierra, las perlas son una excepción. Escondidas en un lugar mucho más inesperado, dentro de una concha, tienen un origen que poco o nada tiene que ver con sus similares.
Estas pequeñas bolas de un blanco tan reluciente que emana infinitas tonalidades de luz, se forman cuando un factor irritante, como puede ser una partícula de comida o un parásito, se desliza entre las conchas de una ostra u otro molusco y se aloja en su manto interno, es decir, en la pared muscular donde se encuentran sus órganos.
Un acto de autodefensa
Son el resultado de un acto de autodefensa: al saberse atacado, el invertebrado exuda un líquido que contiene aragonito (un mineral de carbonato) y conquiolina (una proteína), y cuando la secreción se entremezcla con el intruso, crea un material llamado nácar, según explica Jennifer Nalewicki en ‘Live Science’.
Efectivamente, las perlas no son el resultado de una mota de arena colándose en el molusco. La naturaleza, una vez más, demuestra aquí que sus procesos son mucho más complejos y al mismo tiempo mucho más fáciles de entender. Desde el Museo Americano de Historia Natural de Nueva York señalan que, con el tiempo, las capas de nácar que libera la ostra se van convirtiendo en lo que finalmente será en una perla.
Es por su naturaleza brillante por lo que llevan miles de años siendo la joya de la corona en muy diversas culturas, pero otra de las características más apreciadas es su grado de esfericidad. No habrás visto perla cuadrada, sin duda, pero por supuesto que el grado de su forma está determinado por ciertos elementos.
Su brillo y también su esfericidad
Según un estudio publicado en 2013 por científicos de la Universidad de Granada, el Instituto Andaluz de Ciencias de la Tierra (CSIC-UGR) y la Universidad de Nancy (Francia), esta esfericidad depende de la capacidad que tienen las perlas de rotar durante su crecimiento dentro de la ostra. «Cuando los frentes de crecimiento del nácar de una perla están alineados siguiendo meridianos desde un polo a otro, la posterior agregación de partículas provoca una rotación permanentemente alrededor de un solo eje», apuntaba entonces el profesor Antonio Checa, del departamento de Estratigrafía y Paleontología de la Universidad de Granada y uno de los autores de este artículo, publicado en la revista ‘Langmuir’, de la Sociedad Americana de Química.
Así, dentro de los parámetros que con el tiempo se han ido infundiendo a estos objetos, hoy en día podemos encontrarla en cierta variedad de colores, formas y tamaños. Porque queramos o no, al igual que los copos de nieve, nunca hay dos iguales, y eso también es significativo en su valor.
Por su parte, las perlas cultivadas de agua dulce son el resultado de la intervención humana, en la que un profesional dedicado a ello va poco a poco implantando en el interior de un molusco, normalmente un mejillón, una pequeña cantidad de sustancia que le incita a producir el nácar.
El Confidencial