Por: Francisco Delascio Chitty
Desde hace algún tiempo he venido observando como las manadas de burros han venido menguando, incluso en ciertas partes ya ni se ven. Situación esta que me motivo interrogar a un grupo de jóvenes, si ellos habían visto algún burro en su vida. Su respuesta, con extrema picardía y casi al unísono, fue: ¡claro!, hemos visto a varios en los medios de comunicación dando declaraciones, participando en concursos e incluso manejando por las calles. Esta contestación mordaz, quizás se afiance en la creencia de que los burros son seres de poco entendimiento, estúpidos, tontos o ignorantes, más no es cierto; lo que ocurre es que ellos tienen una firme voluntad y una memoria prodigiosa, lo cual es un inconveniente, porque cuando se acostumbran a hacer algo en forma determinada, es muy difícil modificarles sus costumbres. El burro es por lo general manso y paciente. Estas cualidades unidas a su sobriedad, que le permiten vivir y dar ayuda aún con alimento malo, escaso y pocas comodidades, hacen de él un animal idóneo de trabajo. Los burros eran unos de los encargados de transportar las piedras para erguir edificios, el hierro y el acero para la construcción de maquinarias, el carbón para alimentar las calderas, el agua y los productos alimenticios. La asistencia de estos vigorosos y sufridos auxiliares, fue básica para que muchas sociedades alcanzaran un grado de civilización y adelanto. Y, en la actualidad, ellos siguen siendo un animal de carga insustituible en muchas zonas americanas, africanas, árabes, egipcias, asiáticas y del sur de Europa. Según la mitología griega, el burro o asno fue un animal consagrado a Príamo, último rey de Troya, quién tuvo como esposa a Hécuba y además a numerosas concubinas, que entre todas le dieron cincuenta hijos. También este frugal animal ha jugado un papel protagónico, como sabemos por la Biblia, desde la época del Génesis. Por otra parte, eminentes literatos, entre ellos: Juan Ramón Jiménez (1881-1958), elogio a este servidor del hombre, consagrándole algunas de sus más bellas páginas en su obra publicada en 1914, “PLATERO Y YO”. Por sus atributos, el burro también ha sido fuente de inspección para muchas adivinanzas, canciones, cuentos, dichos, fábulas y refranes, en el folklore de los pueblos. Los burros son mamíferos ungulados. Y, se agrupan en la familia de los Équidos. Su nombre técnico es Equus asinus, el cual deriva de las vocales latinas “Equus” perteneciente o relativo a los caballos, y “asinum, asinus” asno. Ellos son originarios del Viejo Mundo (África y Euroasía). Fueron domesticados por los egipcios en el año 4000 a.C., de Egipto, se llevaron a Siria y Arabia, y se trajeron a Europa, y de la Península Ibérica fueron introducidos al Nuevo Mundo durante la conquista. El pelaje del burro es de color gris o pardo, frecuentemente con una raya oscura a lo largo del lomo, otra a través de los hombros y bandas en las patas; pero hay unos enteramente blancos y otros de pelo negro con el vientre blanco. Todos tienen una crin de pelo corto y erecto en el cuello, y la extremidad de la cola poblada de un mechón de pelos cerdosos. Presentan orejas largas; patas fuertes con cascos altos y estrechos y a la hora de correr alcanzan velocidades de 50 Km/h. La voz discordante de ellos, se conoce como rebuzno. Son animales longevos, pueden vivir entre 25 y 50 años, paren una sola cría, a la cual se le llama pollino, borrico o buche. En cuanto a las raza, se pueden agrupar entres categorías: Europea (Poitou, Ausetana, Italiana y común europea), Africana (egipcia y la el norte de África) y Americana (Norteamérica y criolla). El cruce del burro con una yegua, origina a las mulas; y la mezcla de un caballo con una burra da como resultado a un burdégano o romo. En ciertas regiones, afirman que la leche de burra es un reconstituyente; y otros aseguran que las sortijas elaboradas con casco de burro negro, además de eliminar las hemorroides, aleja a la mala suerte. Para finalizar evoco el siguiente refrán: “Burro que me lleve y no caballo que me arrastre”, adagio alusivo a la prudencia en las negociaciones económicas, es evitar gastos superfluos y aquellos compromisos que no se pueden mantener.