Una de las luchas de ser padre reside en la constante búsqueda por garantizar a los niños una alimentación que favorezca su crecimiento. En Venezuela, esta lucha puede verse agravada por las carencias económicas, pues la inflación ha elevado los precios de productos tan básicos como la leche.
Por ello, la alimentación infantil se ha convertido en un trabajo conjunto para las familias, que incluso concierne a los abuelos de los infantes. Para Yorvelis Vera (39), madre de una pequeña de dos años, la ayuda de sus padres y de otras personas que viven bajo su mismo techo ha sido fundamental, pues afirma que solo la suma de varios sueldos puede cubrir las necesidades de su hija.
«Cuando cobramos la quincena, lo primordial es comprar los alimentos de la pequeña de la casa», asegura ella.
Por otro lado, Vidalina Jiménez (64), abuela de gemelos, contribuye con una parte de su pensión para que las necesidades alimenticias de sus nietos puedan permanecer cubiertas. Ambos niños, deportistas de ocho años, «requieren de una dieta alta en proteína que a veces resulta difícil de satisfacer».
«Lo difícil no es encontrar los alimentos, sino tener el dinero para adquirirlos», argumenta Jiménez. Es por esto que se abstiene, generalmente, de comprar en los abastos de su comunidad, donde «los precios son más elevados que en los mercados centralizados».
Algunos padres admiten que, aun con los aportes de sus familiares, difícilmente pueden alimentar a sus hijos como lo desean. Así lo dice Roselin Ortiz (36), madre de una adolescente y un preadolescente: «No les doy una alimentación completa como tal; lo que requiere un almuerzo, un desayuno o una cena. Pero sí trato de solventar».
Ortiz se refiere a comidas como arepas de harina de maíz precocido, con mantequilla, queso y una taza de café. Mientras tanto, el almuerzo puede ser «un arroz con granos», que a veces —si el presupuesto lo permite— puede contener una presa de carne o pollo. Ortiz, al igual que Jiménez, hace eco de «lo inconveniente» que resulta comprar en los pequeños abastos de su comunidad.
Consecuencias de la mala alimentación en niños
Oriana Amundaray, pediatra puericultor egresada de la Universidad de Oriente, núcleo Bolívar, señala que no brindarle a los niños una alimentación rica en nutrientes puede resultar en problemas en su desarrollo a nivel físico y cognitivo, lo que puede derivar en un bajo rendimiento escolar y problemas de desnutrición.
Por esto, una dieta basada exclusivamente en carbohidratos (como harina o espagueti) resulta poco ideal para aquellos en etapas de crecimiento.
En tales casos, «no existe una alimentación de calidad», señala Amundaray; «No porque los padres no quieran proporcionarle una buena dieta a sus hijos, sino porque, en la mayoría de los casos, no pueden», señala, refiriéndose a la necesidad de dietas basadas en vegetales, frutas y proteínas (presente en lácteos, carnes, huevos, legumbres y demás), ya que estas potencian los niveles nutricionales de los niños.
«Es habitual ver en la consulta a niños con niveles de desnutrición. Porque los padres, con el sueldo mínimo y la situación económica actual del país, solo pueden garantizar un desayuno, almuerzo y cena sin calidad nutricional», continúa Amundaray; «Poniéndolo de manera coloquial: le estás quitando el hambre, pero no lo estás nutriendo».
«Una buena alimentación puede ser la forma de prevenir muchas enfermedades, como las de tipo coronario, diabetes, hipertensión o la misma obesidad», declara la nutricionista Carolina Camacho Mackenzie en su libro Guía Práctica de Nutrición Infantil.
Mackenzie también destaca la necesidad de brindarle a los niños una dieta balanceada y recomienda menús alejados de lo que generalmente promueven los medios de comunicación (comidas altamente procesadas). Por ejemplo, crema de tomate, carne asada, jugo de fresa, puré de papas, arroz con atún, perico de huevo, zanahorias cocidas, yogur y cereales.
Andrés Amundaray (Pasante)



