En las inmediaciones del Mirador Angostura, a orillas del majestuoso río Orinoco, los pescadores artesanales continúan, como cada año, con su labor diaria. Desde muy temprano, desafían las fluctuaciones del caudal del «río padre», manteniendo viva una tradición ancestral que se renueva con cada temporada.
Iván Gámez, con más de 40 años de experiencia en la pesca y proveniente de la parroquia Agua Salada, urbanización El Perú, relata que este año comenzó su faena a finales de junio. A las cinco de la mañana, él y más de 30 pescadores se reúnen para lanzar sus atarrayas. “El río sigue creciendo, pero los pescados también están subiendo. He sacado pijotero, blanquilla, coporo y boca chico”, comenta con entusiasmo.
Otro pescador, Alonso González, habitante de la parroquia Marhuanta, acude cada día al malecón, con su red en mano, decidido a encontrar buenas capturas. “Desde los doce años estoy pescando”, recuerda. Ya ha logrado sacar varias especies, pero espera con ansias el mes de agosto para capturar la esperada sapoara. “El primero que la saque ese mes recibe una recompensa, es parte de nuestra tradición”, señala.
Por su parte, Tomás Zamora, oriundo del municipio Independencia, también se suma desde temprano a los pescadores que se concentran en el malecón del mirador Angostura. “Llevo 60 años pescando, toda mi vida. Aquí estamos empezando, y la crecida la veo muy buena”, expresa. Al igual que sus compañeros, ya ha logrado sacar pijotero, boca chico y blanquilla.
La presencia constante de estos hombres en el río, transmitiendo su saber de generación en generación, es testimonio de una identidad viva. Más que una actividad económica, la pesca en el Orinoco es un legado cultural que fortalece el vínculo de las comunidades con su historia, su entorno y su río.
Yanitza Martínez
