El fútbol, nada más que el fútbol es el motivo por el que MARCA emprendió la aventura de viajar hasta la vereda (aldea) La Elvira, en el departamento del Cauca, al Sur de Colombia, para compartir con las FARC unos días en sus campamentos. Después de 50 años de conflicto armado, mucha sangre derramada y el NO ciudadano en octubre pasado a las condiciones presentadas por el gobierno para sellar el proceso de paz, las negociaciones continúan estos días en Ecuador.
Pero otra diplomacia silenciosa, el fútbol, se ha levantado ahora como uno de los símbolos de la unión que la sociedad civil y los guerrilleros están utilizando para impulsar la paz que este maravilloso país lleva buscando desde hace tiempo bajo la atenta mirada del mundo entero.
Por este motivo, el Bloque Occidental Comandante Alfonso Cano (BOCAC) inaugurará hoy el Polideportivo por la Paz Nicolás Fernández con la celebración de un campeonato de fútbol sala en el que participarán diferentes veredas pertenecientes al municipio de Buenos Aires (Cauca), donde un día se pervirtió el paísaje por la extracción de oro en las minas y un rincón que arrastra, como otros, un pasado doloroso. Desgarrador. El torneo lo jugarán 43 equipos; los guerrilleros aportarán 11: siete masculinos y cuatro femeninos.
UN PERIPLO
Llegar a La Elvira es una odisea impensable cuando uno se embarca en Barajas. La peripecia comenzó de camino a la estación de autobuses de Cali. En medio de un tráfico considerable, le preguntamos al taxista que cuánto se invierte en el transporte de línea hasta Timba, nuestro destino intermedio. «Aproximadamente 2 horas», afirma, una respuesta que suena a broma cuando se ve en el mapa que apenas separan 48 km ambas localidades.
Arreglamos con Diego Fernando Ríos, el taxista, para que nos traslade hasta allí un viaje que lo completa en 30 minutos. La decisión fue acertada porque de lo contrario no hubiéramos llegado a tiempo de alcanzar la chiva -un bus local- que salía hacia Los Robles, nuestro segundo y penúltimo destino.
Entre Timba y Los Robles hay sólo 15 km de distancia para hacerlo por un camino que haría dudar a las cabras. Ramón y yo hemos tenido el privilegio de ir sentados en el asiento delantero junto al conductor Jhon Frey Labio Conda. En esa corta distancia se levantan sucesivamente las veredas de La Ventura, Mary López, El Carmen, Casa de Zinc, Pueblo Nuevo, El Ceral y El Diamante, antes de llegar al penúltimo punto.
La chiva es una tartana. Sólo alcanza a poner segunda y en ningún momento supera los 10 km/h. Cada parada que hace congela el tiempo. Las esperas son interminables porque es el único medio de transporte que tienen los aldeanos para movierse y hacer llegar los víveres a estos sitios tan cerca de Cali, pero tan alejados de las comodidades de la civilización.
Entre pendientes y con desniveles pronunciados, con unas vistas espectaculares y dando botes en el asiento por el tipo de camino, la aventura transcurre entre anécdotas, preguntas y la atracción del resto de pasajeros hacia los enviados de MARCA.
EL CONTROL
Para darse una idea de lo que era el camino por el que nos movemos, cuando abandonamos El Carmen, la chiva tiene que retroceder 60 metros marcha atrás para permitir que un camión pueda pasar en dirección contraria.
Minutos después, el jolgorio, las risas y la tranquilidad se detienen en Pueblo Nuevo. Un control con cinco militares colombianos detiene la chiva para solicitar los pasaportes y hacernos las pertinentes preguntas: «¿A qué vienen?, ¿De dónde son?, ¿Quién es su contacto?». Tras unos minutos de incertidumbre, en las que los hombres fuertemente armados con fusiles se alejan para transmitir a sus superiores por radio su descubrimiento, miles de pensamientos negativos pasan por la mente de estos enviados. La cara de Ramón está realmente tensa; me puedo imaginar la mía.
Los minutos parecen eones. Sentados, esperamos el aval o la negativa de continuar la aventura. Se me ocurre tomar la decisión de bajar del colorido bus y dirigirme hacia el convoy para mostrarles el carné de MARCA. Milagrosamente se convierte en el salvoconducto que les hace sonreír a todos y las transmisiones hacia el teniente comienzan a tener otro tono: «Aaaah, son de MARCA. ¡Vaya goleada que le dio al Barça el París (PSG)!», nos sueltan. Ahora ya es otra historia. Cinco minutos más de espera y el O.K. llega por el walkie-talkie desde algún punto de la montaña caucana.
UN PEAJE IMPROVISADO
Después de avanzar unos cuantos kilómetros más a ritmo de tortuga, la chiva llega a El Ceral, un enclave donde los autos se mezclan con las mulas. La sorpresa es que en medio del camino Jhon Fredy, el conductor, se detiene para pagar un peaje de 5.000 pesos (1,5 euros). Lo curioso es que el impuesto lo cobran los propios ciudadanos ante la ausencia de presencia oficial del gobierno en la zona.
Justamente, mientras estamos parqueados (aparcados) aparece un 4×4 con la presencia de Chiqui, el personaje de contacto que nos había encomendado el comandante Walter Mendoza, para que nos termine de guiar hacia dónde él estaba. «Mire, usted llegue a Los Robles, pregunte donde es La Explaneación y caminen hacia allí. Es el primero de los campamentos de las FARC. Serán unos 15 minutos andando», nos indica.
EL ENCUENTRO
Después de 220 minutos para recorrer 15 km llegamos a Los Robles. Con Ramón cargamos las mochilas y comenzamos a recorrer los 15 minutos a pie. A Chiqui se le ha olvidado un pequeño detalle. No nos ha dicho que era todo en subida, con muchas curvas y en un terreno digno de las grandes publicidades de coches todoterrenos. La boca, después de no haber bebido un sorbo en las últimas cuatro horas, está tan pastosa como la de una mala resaca.
Ante la mirada de incredulidad de un servidor y su compañero alicantino, que ya empezamos a sentir el cansancio en apenas 50 metros en pendiente, aparece de la nada una pick-up (camioneta) con cuatro guerrilleros. «Suban», nos indican. Nos recogen y nos dejan en la puerta del campamento.
Por fin es el momento de las presentaciones. Volvemos a mostrar todas las credenciales. «Este soy yo y éste es Ramón», les digo a modo de introducción enseñando los pasaportes. Aún hay que esperar un nuevo O.K. desde dentro del campamento. Tras llegar la autorización, caminamos unos 50 metros y aparece el comandante alias Walter Mendoza, nuestro salvoconducto para toda esta peripecia que contaremos durante todos estos días.
«Bienvenidos sean, esta es su casa», dice como primeras palabras mientras aprieta enérgicamente nuestras manos. Mañana espera la selva. A veces hay que darle al fútbol las gracias por permitir experiencias imprevistas como ésta.