Las estrellas son «máquinas» fascinantes. Son creadoras de enormes cantidades de energía, cobijan planteas en su entorno y fabrican átomos más complejos a partir de helio e hidrógeno. Y, por si fuera poco, la muerte de algunas de ellas permite que nazcan nuevas estrellas.
Esto ocurre porque a veces las estrellas agotan su combustible y colapsan, generando explosiones increíbles: las supernovas. En esos casos se libera tanta energía y materia, que el gas del espacio se comprime y se calienta lo suficiente como para activar las reacciones de fusión nuclear y el nacimiento de nuevas estrellas. De hecho, se cree que el Sol nació precisamente gracias a la explosión de una supernova.
La Nebulosa del Cangrejo está formada por los restos de una de las supernovas más espectaculares y conocidas. Está situada a 6.500 años luz de distancia, en la constelación de Tauro, y mide unos 11 años luz de diámetro. Tiene un aspecto que recuerda al de un ojo, y su forma hace pensar en una explosión de dimensiones cósmicas. Los filamentos deshilachados de materia que forman su «cuerpo» están a temperaturas de 15.000 grados centígrados, mientras que la superficie del Sol está a «solo» 5.000 grados, y, en suma, la nebulosa produce 75.000 veces más energía que nuestra estrella.
Este miércoles, los astrónomos han publicado en la revista Astrophysical Journal nuevos datos y una detallada fotografía del «cangrejo». Han combinado en una sola imagen todo el espectro de longitudes de onda de la luz que procede de la nebulosa. Si se pudiera partir la luz en trozos, como si se tratara de una tarta, cada uno estaría formado por unas longitudes de onda determinadas, con luces de distinta energía, color y características.
En esta tarea han participado los telescopios «Very Large Array» (VLA) (que observa ondas de radio), el observatorio Chandra (rayos X), el telescopio espacial Hubble (luz visible), el Spitzer (infrarrojos) y el XMM-Newton (ultravioleta).
Una investigación, dirigida por Gloria Dubner, del Insituto de Astronomía y Física de la Universidad de Buenos Aires (Argentina) ha analizado los últimos datos recogidos, recopilados en noviembre de 2012, y ha descubierto nuevas características del complejo interior de la nebulosa.
«Comparar esas nuevas imágenes, tomadas en distintas longitudes de onda, nos ha proporcionado una gran cantidad de detalles sobre la Nebulosa del Cangrejo. Aunque se ha estudiado mucho a lo largo de los años, aún tenemos mucho que aprender», ha explicado Dubner.
El corazón de la nebulosa: un púlsar
En el centro de la enorme nebulosa, que crece a un ritmo de vértigo de 1.000 millones de kilómetros diarios, se encuentra el cadáver de la estrella que estalló y originó la supernova. Se trata de una estrella de neutrones, en la que la materia está fuertemente compactada. Emite un intenso campo magnético y potentes pulsos de radiación eletromagnética de forma periódica, por lo que se dice que se trata de un púlsar. Aunque este pesa 1,5 veces más que el Sol, su diámetro es de tan solo 30 kilómetros (en comparación con los casi 1.400 millones de kilómetros del Sol). Además, la pequeña estrella gira sobre sí misma una vez cada 33 milisegundos.
La influencia del púlsar y los restos dejados por la explosión generan una compleja interacción que los astrónomos encuentran muy interesante estudiar.
La explosión que originó la Nebulosa del Cangrejo fue registrada en el año 1054 por astrónomos chinos, cuando la explosión se hizo bien visible en el cielo. Pero no fue hasta el año 1721 cuando la nebulosa en sí fue descubierta por el astrónomo británico John Bevis. Desde entonces, el púlsar y la nebulosa han estado cambiando y moviéndose a velocidades que no se pueden ni imaginar, a pesar de la aparente tranquilidad captada por las imágenes.