Bella, culta, inteligente, sensual, refinada, Madame de Pompadour supo usar sus encantos para mandar en Francia desde el lecho de Luis XV. Llegó a ser tan poderosa como la corona que satisfacía en su lecho sexual.
Madame de Pompadour, refinada, elegante, de conversación brillante, distinguida, sensual… amante oficial del rey francés Luis XV durante 20 años, fue una mujer excepcional.
Dos siglos y medio después de su muerte, el personaje sigue fascinando.Da nombre a un estilo de muebles y a un peculiar corte de pelo similar al tupé de los rockers, ha servido de inspiración para una bibliografía de más de 80 libros y su mención sigue sirviendo de reclamo para exposiciones de los artistas que patrocinó.
Lo que fascina a quienes han rascado en su vida es que fuese el único personaje carismático en un Versalles decadente, perdido entre el pasado esplendoroso del reinado de Luis XIV y el incierto futuro de la amenaza revolucionaria.
Era el siglo XVIII. Los matrimonios reales se dirimían en función de las necesidades de la política internacional. Que la casadera idónea fuese o no del gusto del monarca era accesorio.
Por eso existía la figura de la maitresse en titre, algo así como una amante oficial elegida por el rey y reconocida como tal. Se la introducía en la corte como dama de honor de la reina o un título semejante, pero todo el mundo sabía exactamente lo que era: la mujer a la que amaba el rey y con la que retozaba en palacio.
Luis XV había accedido al trono en 1715, a la edad de 5 años, en sucesión de su abuelo, Luis XIV. A la altura de 1725, cuando tenía 15 años, la política europea señalaba como ventajoso un matrimonio con la princesa polaca María Lescynska y así se hizo.
Ocho años mayor que él, y más preocupada por el sino de su padre, Estanislao I de Polonia (depuesto en 1738) que por su real marido, María no era la esposa ideal. Cumplió con su deber, dio pronto un heredero y engendró hasta nueve criaturas más entre 1727 y 1737, pero no tardó en pedirle al rey que la excusara de las obligaciones conyugales. El monarca buscó una joven amante, la duquesa de Châteauroux, y con ella se solazó felizmente hasta que la muchacha murió de manera repentina en 1744.
Por entonces despuntaba en los salones parisinos una brillante joven, amiga y defensora, entre otros, de Voltaire. Había nacido en 1721 como Jeanne Antoinette Poisson, pero desde 1741 estaba casada con un hombre de fortuna, Charles Guillaume Le Normant d’Etiolles.
Su padre, el prestamista François Poisson, había tenido que dejar el país en 1725 envuelto en un escándalo económico. Jeanne Antoinette, su madre y su hermano fueron acogidos por otro banquero, un tío de Charles Guillaume, que hizo de los pequeños dos adolescentes refinados.
Cuando Jeanne Antoinette comenzó a ser presentada en sociedad, era una joven de deslumbrante belleza. Conocía a los autores de su época, dibujaba con habilidad y había tomado lecciones de canto con algunas de las estrellas de la Ópera de París.
El rey la conoció a principios de 1745 y en septiembre Jeanne Antoinette ya había conseguido la separación de Charles Guillaume, el marquesado de Pompadour, la residencia en Versalles y la distinción como maîtresse en titre. Tenía sólo 24 años.
Y no todo lo logró a base de sexo. Es probable que a partir de 1750, cinco años después de llegar a Versalles, no volviera a acostarse con el rey.
Fue más o menos en esa época cuando encargó a Jean-Baptiste Pigalle una escultura en la que la retratara como encarnación alegórica de la amistad. Cuando estuvo terminada, la hizo colocar en su castillo de Bellevue enfrente de una estatua del rey sustituyendo otra obra alegórica que había allí y representaba el amor.
El acceso a los centros del poder galo no era tarea sencilla para aquellos que no pertenecían a familias de alta alcurnia. En el caso de Jeanne, que en la adolescencia se había convertido en una cantante y actriz nada desdeñable, su entrada en la nobleza se produciría a través del matrimonio. A los diecinueve años contraería matrimonio con Charles-Guillaume Le Normant d’Étiolles con el Jeanne tendría dos hijos, un varón que fallecería prematuramente y una niña que moriría a los diez años de una peritonitis.
Sus memorables fiestas, a las que acudían no solo próceres sino también hombres de letras como Voltaire, no tardarían en llegar a oídos del Palacio de Versalles. Tal era la fama de Madame d’Étiolles que el rey Luis XV, llevado por la curiosidad, decidió invitarla a uno de sus bailes, concretamente el celebrado el 25 de febrero de 1745. El encuentro solo se puede calificar como de flechazo.
El monarca y la futura Madame de Pompadour hablaron, bailaron y rieron sin parar durante toda la velada. El Rey, completamente magnetizado por los encantos de su nueva amiga, no dudó en pretender hacerse con sus favores. Madame d’Etiolles, impertérrita, le espetó que solo accedería a tal cosa en el caso de que se convirtiera en “amante Real”, un puesto que nadie había ocupado desde la muerte de la Duquesa de Châteauroux.
Ser una plebeya no solo la impedía relacionarse de tú a tú con el círculo más cercano del Rey sino que además le impedía ser oficialmente amante Real, habida cuenta de que ese título estaba reservado a las mujeres de origen aristocrático. Finalmente, el Rey decidió terminar con esta traba y decidió comprar el Marquesado de Pompadour en junio de 1745 para, acto seguido, dárselo a su amante que desde ese momento sería conocida por el nombre de Madame de Pompadour.
La privilegiada posición de la que disfrutaba la amante Real se achaca no solo a su idilio con el Rey, sino también a su afán por mantener una buena relación con la mujer de este, la reina consorte Marie Leszczyńska.
Mientras tanto, Madame Pompadour se entregó a sus grandes pasiones: la belleza y el arte. Ella sería, apoyada en su hermano, el Marqués de Marigny, la que transformaría París en una metrópolis admirable, con la construcción de la Escuela Militar o la Plaza de Luis XV (actualmente de La Concordia). Al mismo tiempo decenas de pintores, escultores se beneficiaron de su mecenazgo.
Durante sus años en Versalles encargó decenas de retratos a los mejores pintores franceses de la época. Era vanidosa, -cuentan sus biógrafos que le gustaba cambiarse de ropa varias veces al día-, pero además era una mujer enamorada del arte que tenía notable gusto. Muebles, joyas, porcelanas. El diseño de la época también le debe mucho a Pompadour, artífice de la creación de la fábrica de cerámica de Sévres.
La enfermedad -tuberculosis, según algunos autores , cáncer de pulmón, según otros- fue minando su belleza, pero siguió ejerciendo su influencia y apadrinando artistas hasta su muerte, el Domingo de Ramos de 1764.
Luis XV aún viviría 10 años más junto a otra amante con carácter. Su nombre, Madame du Barry, pero ésa ya es otra historia.
Con información de Noticias24.com