En un campamento erigido sobre un prado verde como muchos de los que fueron sede del alargado conflicto colombiano, los integrantes del mayor grupo guerrillero del país y el más antiguo de Latinoamérica dejaron oficialmente sus armas el martes.
“Adiós a las armas, adiós a la guerra, bienvenida la paz”, declaró Rodrigo Londoño, alias Timochenko, el líder de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), ante los vitoreos de la multitud en el campamento de desmovilización. A unos pasos, los inspectores de misión de las Naciones Unidas cerraron la tapa de uno de los contenedores llenos de rifles que serán derretidos para construir monumentos.
Los exguerrilleros ya abandonaron también sus campamentos de batalla para quedarse en los de desmovilización, compuestos de tiendas de campaña y de páneles de yeso. En total, el último conteo fue de 7132 de estas.
Hasta el 1 de agosto seguirá habiendo algunos rifles en los campamentos por motivos de seguridad, dijo la ONU, y todavía están siendo examinados algunos acervos de armamento en el país. Aunque el desarme está, en su mayoría, completo.
Las Farc ahora tienen planes para convertirse en un partido político, como otros que han surgido en la región; entre ellos el FMLN de El Salvador, actualmente en el gobierno.
Por su parte, el gobierno colombiano debe enfrentar una serie de retos que emanan del acuerdo de paz con la guerrilla. Deben establecerse los tribunales especiales, por ejemplo, y reforzar el programa de subsidios a agricultores para la sustitución de cultivos ilícitos.
En el campamento de desmovilización, en el departamento de Putumayo al sur de Colombia, unos 500 exguerrilleros se quedaron contemplando su futuro después de la ceremonia oficial. Estaban atentos a las pantallas de sus teléfonos celulares, hablando con familiares por Facebook y WhatsApp, aplicaciones y redes sociales que muchos desconocían hace unos años.
Muchos rebeldes lamentaron que fuera tan tardado conseguir los materiales para el campamento; parece casi un sitio todavía en construcción en el que algunos rebeldes duermen en hamacas al exterior, como lo hacían en la jungla durante el conflicto. Si el proceso de construcción tardó tanto y aun así quedó relativamente incompleto, cuestionaron, ¿cómo será la implementación del resto de los acuerdos?
“La meta de terminar la guerra se ha cumplido, esencialmente”, dijo Cynthia Arnson, directora del programa para América Latina del Centro Woodrow Wilson. “La implementación del documento de más de 300 páginas, que tiene 100 diferentes programas y estrategias, es lo que será difícil”.
El desarme también les costó trabajo a los integrantes de las Farc, al menos emocionalmente.
Naida López, de 32 años, estuvo dos décadas en la guerrilla después de huir de su hogar cuando sus padres murieron en una operación militar. Dijo que entregar su arma y dejar su vida como guerrillera le costó mucho trabajo, porque eran sus mecanismos de autoprotección.
“Para cada guerrillero, su arma siempre ha sido el amigo más leal, el que siempre lo acompaña”, dijo. “Algunos hasta le ponen nombre al rifle”.
Naida tiene aprehensiones sobre qué sucederá ahora que los exguerrilleros deben depender del Estado para su protección. Hizo mención de la última vez que las Farc incursionaron en la política, con el partido Unión Patriótica; muchos de los integrantes fueron asesinados por grupos paramilitares a los que el gobierno no detuvo.
“Nos podrían matar uno por uno”, dijo Naida sobre los paramilitares que todavía existen.
Aunque las visitas de familiares y allegados les han dado algo de consuelo. Omaira Solarte, de 32 años, pudo ver a sus padres a finales de mayo por primera vez en 18 años, cuando se sumó a las filas de las Farc.
“Antes era difícil hablar con la familia, porque le delatabas tu posición al enemigo”, dijo.
Omaira planea sumarse al futuro partido político como una activista en las zonas rurales, quizá como promotora de la salud. Aunque le preocupan las condiciones del campamento de desmovilización; acusa que el gobierno no ha provisto a los excombatientes con los tratamientos médicos adecuados.
“Si nos enfermamos, nos dejan solos”, dijo. “Si así son las cosas ahora, ¿cómo será cuando ya no tengamos las armas?”.
Mientras que Gaitan Duke, exguerrillero de 33 años, dijo que sí ansía conocer el resto del país sin tener un rifle sobre el hombro, así como visitar a su familia y a comunidades indígenas.
Recalcó un mantra de varios integrantes de las Farc: la dejación de armas es solo un paso hacia una nueva lucha por la democracia colombiana.
“Estamos dejando las armas, pero seguiremos existiendo como un movimiento de carácter abierto y legal”, dijo.
El presidente Juan Manuel Santos recibió el Premio Nobel de la Paz por los acuerdos con las Farc, pero sigue siendo muy controvertido en Colombia. Los votantes rechazaron un primer pacto en un referendo; muchos están en contra del que un buen número de combatientes vaya a recibir amnistía.
El acuerdo revisado fue aprobado por el congreso sin el aval de la población en otra consulta y Santos, cuyo mandato termina el próximo año, ha sido criticado por la oposición política; en particular por quienes aseguran que las Farc no han entregado todas las armas y el dinero que tienen escondidos en la jungla. Algunos analistas concurren.
“Hoy Colombia tiene la mejor noticia en 50 años: las Farc dejan sus armas y la palabra será su única forma de expresión”, dijo Santos. “Sin armas, no somos más un pueblo enfrentado entre sí. Somos un pueblo avanzando dentro del cauce de la democracia”.
Fuente: New York Times