Cuando ya se creía que se habían cruzado todas las líneas rojas posibles, que se habían pulverizado todos los estándares, que ya nada más podía asombrar, va y llega Anthony Scaramucci. La política es un negocio con sombras, pero hasta en las más duras batallas por el poder, las obscenidades y las descalificaciones vulgares no se hacían en público. La irritación de lo que acaba de suceder no sólo se siente en Washington.
Todo aquel que siga las noticias de la era Trump se equivoca continuamente. Cuando ya se creía que se habían cruzado todas las líneas rojas posibles, que se habían pulverizado todos los estándares, que ya nada más podía asombrar, va y llega Anthony Scaramucci.
Lo que da de sí la conversación entre el director de comunicación de la Casa Blanca, que acaba de ser nombrado por el presidente estadounidense, y un reportero de la revista «New Yorker» es casi increíble. La política es un negocio con sombras, pero hasta en las más duras batallas por el poder, las obscenidades y las descalificaciones vulgares no se hacían en público. La irritación no sólo se siente en Washington.
Scaramucci, según señala Ryan Lizza del «New Yorker», lo llamó por teléfono y lo presionó con vehemencia para que revelara su fuente en una historia que había escrito. Le preguntó si acaso no era un patriota y le exigió que revelara el nombre de la fuente. Si no lo hacía, iba a despedir a todas las posibles fuentes y él iba a ser el corresponsable de esos despidos, le espetó. Lizza se negó a hacerlo. En declaraciones a la CNN dijo después: «Uno tiene que pensarlo. El director de Comunicación de la Casa Blanca amenaza a un periodista».
La conversación apenas había comenzado y el nivel no hizo más que bajar estrepitosamente. Scaramucci perdió por completo la compostura. Insultó y vilipendió al jefe de gabinete de la Casa Blanca, Reince Priebus, al que ataca y contra el conspira públicamente desde el miércoles.
Priebus es un «maldito esquizofrénico paranoide, un paranoico», dijo. No es que Priebus sea del gusto de todos, sin embargo nadie recuerda en la capital estadounidense ese tipo de vulgaridades. Scaramucci también tenía munición contra el estratega jefe de Trump, Steve Bannon, y se despachó a gusto al asegurar: «Yo no soy Steve Bannon. No intento mamármela».
El hombre que debe procurar sellar todos las posibles fugas en la Casa Blanca es el que más habla. Y lo hace a pesar de que en ocasiones está completamente fuera de su papel o ni siquiera está seguro de contar con el pleno respaldo del presidente. De Trump se sabe que le gusta la polémica y la discordia, que aprecia el drama y la pelea, y que considera que una «pelea entre los mejores» hace que se consigan los mejores resultados. ¿Será que Priebus está en el punto de mira?
Scaramucci asegura que él está ahí para servir al país. La tarde del jueves reaccionó por primera vez de forma moderada en este asunto en su medio favorito, el mismo que el de su patrón, Twitter. «A veces uso un lenguaje colorido», escribió. «Me tendré que frenar en esta arena, pero seguiré luchando con pasión» por Donald Trump. Ni una disculpa, ni una retractación, nada que se le pueda parecer.
Antes, Scaramucci le había dicho al reportero Lizza que había que entenderlo, que tiene raíces italianas, que utiliza un vocabulario muy vivo, etc. Lizza, sin embargo, lo anotó todo. Scaramucci sabía perfectamente que no era una conversación confidencial, dijo Lizza. Posteriormente Scaramucci tuiteó que no le iba a volver a pasar, pues no iba a volver a confiar en un periodista.
No sólo las redes sociales ardían con los vulgares comentarios, sino que también los analistas en los medios estadounidenses coincidieron en señalar que nunca se había vivido un caos de tal magnitud en la Casa Blanca ni se había llegado a un nivel tan bajo.
El portavoz Sean Spicer dijo en su despedida que Scaramucci iba a reforzar la inseguridad y la confusión que ya existía en el Gobierno. «Sabio Sean», apunta ahora el diario «The Washington Post».
En una entrevista con CNN, Scaramucci aseguró que su pelea con el jefe de gabinete Priebus es como la discordia entre Caín y Abel. Él debería saber que uno golpeó al otro, dijo. Eso hizo que el «New York Times» viese en esas declaraciones que se estaba declarando la guerra a Priebus. Y la portavoz de la Casa Blanca, Sarah Sanders, no pudo confirmar la confianza de Trump en su jefe de Gabinete.
Sanders, intentando suavizar las cosas, dijo que la Casa Blanca era un lugar con muchas perspectivas. Priebus sabrá porqué durante seis meses estuvo intentando bloquear a Scaramucci.
Trump, al que normalmente le encantan los generales, está pensando al parecer en John Kelly como jefe de Gabinete, algo que casi todo el resto considera una mala idea, lo que no impedirá que el presidente tome una decisión de forma impulsiva.
El temor y la discordia imperan en la Casa Blanca, así como la pura envidia. Hay una guerra abierta en varios frentes, justo allí donde gobernar debería ser una actuación ultraprofesional. Después de todo, Estados Unidos es la última superpotencia. Según señaló un analista, Trump no podrá seguir navegando al frente de este barco lleno de disputas otros tres años y medio. Hasta la fecha el capitán Trump ha conseguido mantenerlos a todos a raya, pero el mar se está embraveciendo y muchos ven avecinarse una tormenta.
Vía: La Prensa Gráfica