Quería ser médico, pero la vida llevó a Luis María Frómeta Pereira a tocar saxofón, a vivir de la música y a enamorarse de Caracas, la ciudad que lo acogió y le brindó, con dulce y sal, un porvenir y la oportunidad de mostrarle al mundo cómo hacer música con grandes voces, temas inolvidables y ritmos caribeños.
Durante los últimos 50 años, carnavales, fiestas patronales y las navidades en Centro América y Suramérica se engalanan con infinidad de canciones con sus trompetas y sus nostalgias.
Es posible que mientras usted lea estas líneas vengan a su memoria sus bailes con canciones como “Palmira señorial”, “La casa de Fernando”, “En el tren de seis”, “El 20 de enero”, “Playas de Cartagena”, “Para Bogotá”, “Macondo”, “Una flor para mascar”, “Tres perlas”, “Año viejo”, “Vironay”, “Carmen de Bolívar”, “Juepa jé”, “Corozal y Sincelejo”, “Se va el caimán”, “Cantares de Navidad” o cualquiera de treinta y tantos mosaicos que organizara y que se tocaran en los mejores clubes, hoteles o discotecas.
¿Se acuerda usted de sus bailes con tantas mujeres que desfilaron por las pistas escuchando voces como las de Rafa Galindo, Víctor Pérez, Manolo Monterrey, Luisín Landáez, Felipe Pirela, José Luis Rodríguez “El Puma”, Nelson Henríquez o el inmortal Memo Morales, entre otros?
A Luis María Frómeta Pereira nadie lo llamaba por su nombre, simplemente le decían Billo. Ni él mismo sabía del porqué de ese apodo. Nació el 15 de noviembre de 1915, hace ya 102 años y murió en Caracas el 5 de mayo de 1988, hace 29 años.
Fue un hombre muy inquieto en temas musicales. A los 15 años ya dirigía la Banda del Cuerpo de Bomberos de Santo Domingo y después formó parte de la Orquesta Sinfónica de Santo Domingo. Mientras tocaba saxofón en sus presentaciones, dictaba clases de guitarra y organizaba diferentes grupos musicales como el Conjunto Tropical y la Santo Domingo Jazz Band.
Quiso ser médico, pero cuando comenzaba su tercer año de estudios, ingresó al hospital militar donde lo obligaron a usar el uniforme de guardia y se negó y fue expulsado de la Academia. Eran los tiempos del dictador Rafael Leonidas Trujillo, a quien llamaban como “tapitas” por la cantidad de escudos y condecoraciones que llevaba en su saco de gala.
El 31 de diciembre de 1937 le cambió radicalmente la vida a Billo. Ese mismo día, los hermanos Sabal, empresarios y dueños de un local, presentaron a su agrupación como la Billo´s Happy Boys, sin consultarle al maestro. Hubo hasta incidentes diplomáticos por el hecho, pero a Luis María le gustó la ciudad y se quedó definitivamente.
En Caracas encontró una diversidad de culturas. La ciudad atraía a españoles, portugueses, brasileros, puertorriqueños, dominicanos, mexicanos, colombianos y de distintas islas del caribe, por ello plasmó sus composiciones e interpretaciones como guarachas, boleros, cumbias, pasodobles y porros.
Se hizo amigo de Agustín Lara, el más grande bolerista de América y de los grandes compositores y letristas. Le dio altura a las orquestas, ayudó a fundar a Los Melódicos, fue vetado por los músicos venezolanos, fue empresario discográfico y puso en primer lugar de América a la Billos con sus 4 trompetas, 4 saxos, dos trombones, piano, percusión, bajo y las mejores voces.
El maestro Armando Benavides, quien fuera su grabador discográfico durante varios años, sostiene que nunca había trabajado con nadie tan perfeccionista. “Billo era perfecto, cada nota tenía que ser lo mejor y pasaba horas en estudio, analizando, cuadrando sonidos”, cuenta.
Impuso récords como el de la presentación en Santa Cruz de Tenerife, a la cual bailaron 250 mil personas la misma canción. Le acompañó en esa oportunidad Celia Cruz.
El 27 y 28 de abril de 1988, Venezuela le hizo un homenaje por sus 50 años de vida profesional, con un reconocimiento por parte de la Orquesta Sinfónica de Venezuela y una presentación en el Teatro Teresa Carreño donde asistentes y músicos le ovacionaron largamente. De un momento a otro, tal vez por la emoción, se desplomó, entró en estado de coma y el 5 de mayo partió al cielo de los músicos.
Vía: eje21