Ningún otro artista ha logrado nueve números 1 consecutivos en la lista de los más vendidos en EE UU como sí hizo Whitney Houston. Ni Elvis, ni los Beatles, ni Michael Jackson. Y probablemente nadie haya aunado a la vez una presencia física y un encanto tan imponente con una voz de tal magnitud como Houston. Todo eso está en Whitney, el documental que se ha estrenado hoy fuera de concurso en Cannes. Pero junto a ese talento también había una mujer que había sufrido abusos sexuales de niña, una desorbitada presión materna para lograr el éxito, un marido celoso, unas profundas dudas sobre su orientación sexual y que tuvo acceso a cuanta droga y alcohol se le antojó. El recorrido vital de Houston es muy similar al de Michael Jackson o al de Amy Winehouse (que ya tuvo en Cannes su propio documental), otras estrellas musicales cuyas vidas acabaron dramáticamente. El caso de Whitney Houston, en la bañera de una habitación del hotel Beverly Hilton el 11 de febrero de 2012, a sus 48 años.
Kevin Macdonald, el director de Whitney, sabe lo que hace. Tiene un largo currículo en el mundo del documental (son soberbios Touching the Void, el ganador del Oscar Un día de septiembre o el centrado en Bob Marley, y él mismo se declara insatisfecho del filmado sobre Mick Jagger), además de haber trabajado en ficción en largos como El último rey de Escocia o La sombra del poder. En Whitney ha apostado por un desarrollo cronológico de la historia, pero se guarda la revelación de los abusos sexuales para el tercio final del metraje, cuando indaga en los demonios interiores que impulsaban a Houston (Newark, 1963 – Beverly Hills, 2012) a no abandonar sus adicciones, bien fueran estas las drogas y el alcohol, bien fuera su marido, Bobby Brown (en el documental, el músico se niega a hablar de estupefacientes). Y aunque ha entrevistado a más de 70 personas, solo 40 aparecen en los 120 minutos de película, porque según el cineasta, muchos mentían.
Para entender a Whitney Houston, hay que recordar que su madre, Cissy Houston, era una cantante más conocida por ser corista de grandes estrellas como Aretha Franklin o Elvis Presley. Whitney nunca le perdonó a su progenitora que se liara con el pastor de su iglesia (el lugar donde actuó por primera vez con público). Así que tras el divorcio de sus padres, Whitney y sus dos hermanos mayores pasaron su infancia en casas de otros familiares durante las giras maternas. Esa pista la da su hermano, por parte de madre, Gary Garland-Houston, que acabó jugando en la NBA: «Pasamos mucho tiempo en cuatro o cinco casas distintas de otros familiares, como si estuviésemos de acogida». Casi todas ellas también de artistas, como sus primas Dionne y DeDe Warwick. Y Garland es quien cuenta que de los siete a los nueve años una mujer abusó de él, y eso se le quedó marcado en el corazón. También lo hizo con Whitney. Fue DeDe Warwick. Mary Jones, tía de Whitney Houston, confirma que se lo contó la artista. Jones, además, fue quien descubrió su cadáver en la bañera del Beverly Hilton.
A través de esa revelación, la vida de Houston se observa de manera muy distinta. Por ejemplo, aporta nuevas luces sobre su orientación sexual. Ante la presión de su madre, que proyectó en ella todas sus ambiciones aunque también educó su voz para que fuera única, a los 18 años Houston se fue a vivir con su mejor amiga, Robyn Crawford, la gran ausente del documental. Una de las peluqueras de Houston cuenta que cantante era «lo que hoy en día se denomina como sexualmente fluida” y que incluso le regaló un vibrador en Navidad para que colmara sus deseos. De Crawford no quieren hablar los hermanos Houston, que la acusan de ser un demonio por su lesbianismo. Pero Crawford acertó en sus decisiones artísticas: ella diseñaba los vestidos de las actuaciones, los decorados de las giras y de los vídeos musicales. Si la voz de Houston fue obra de su madre (que la enseñó a diferenciar entre cantar con las tripas, el corazón o la cabeza), la imagen fue cosa de Crawford.