(Caracas, 05 de julio. Noticias24)- “¿Cuánto tiempo lleva tosiendo?”. Es una pregunta “a priori” sencilla que puede surgir en cualquier hospital. Pero se vuelve imprescindible en Uganda, con 90.000 pacientes al año de tuberculosis, la enfermedad infecciosa más letal del mundo.
Hajara Nagudi, una madre joven, espera fuera de la consulta del centro de salud de Nsagi, una localidad a pocos kilómetros de la capital ugandesa, Kampala.
A pesar de la lluvia, suave pero constante, ha decidido acudir a este ambulatorio porque su bebé de un año y cuatro meses está tosiendo. “Está enferma, tose”, dice.
Nagudi tiene VIH, el virus del sida, una enfermedad muy ligada con la tuberculosis que aumenta las posibilidades de contraerla.
A cada paciente que llega al centro, ya sea por diarrea o un simple herpes, los médicos y enfermeras les hacen las mismas preguntas: ¿lleva tosiendo más de dos semanas? ¿Ha estado en contacto con otros enfermos? ¿Nota que últimamente se le caen los pantalones?.
Son preguntas fáciles, una sencilla evaluación clínica, pero si se hacen concienzudamente pueden ayudar a detectar casos de tuberculosis, un mal silencioso que muchas veces es tratado con jarabes para la tos.
De esta forma, los médicos evalúan de 4.000 a 6.000 personas al mes.
Si la respuesta es afirmativa en alguno de los casos, las enfermeras piden al paciente que haga una prueba de esputo, de saliva, que en una hora puede indicar si tiene tuberculosis.
Con estas “herramientas de detección activa”, implementadas en este centro gracias a un programa de la Unión Internacional contra la Tuberculosis y las Enfermedades Pulmonares (The Union), en Uganda se detectan el 6 % de los casos de la enfermedad.
De hecho, según comenta el director del Programa Nacional de Tuberculosis y Lepra (NTLP) del Gobierno ugandés, Mugabe Frank Rwabinumi, desde que usan este tipo de métodos es la primera vez que están notando un incremento de casos.
Y no es porque haya más, sino porque ahora los pueden detectar.
Abdul Samwaddu, un joven de 29 años, tenía los típicos síntomas: tos, sudores nocturnos, le costaba respirar…En la farmacia le daban remedios para la tos, que no le ayudaban a mejorar, y en las clínicas le llegaron a poner hasta 15 inyecciones para la fiebre, que no bajó.
Sólo le detectaron la enfermedad al llegar al centro público de Nsagi, mediante el protocolo habitual: preguntas, test de esputo y de VIH.
Y Samwaddu se fue a casa con las pastillas, pues la tuberculosis, a pesar de su letalidad, se puede curar con un tratamiento de seis meses.
Este joven se dedica a recolectar dinero de pasajeros en los minibuses que sirven de transporte colectivo en Kampala, y siguió trabajando a pesar de que la enfermedad se contagia a través del aire y, sobre todo, en sitios pequeños y cerrados.
El padre de Devis Galwago, un niño de 4 años, también se debió contagiar así, en el minibús (conocido popularmente como “matatu”) que conducía, y luego se lo pegó al pequeño. Ambos, por suerte, están bien y recuperándose.
Además de las preguntas, un factor clave de la lucha contra la tuberculosis en este centro son los voluntarios que van a las comunidades y ayudan a que se siga el tratamiento, pues si un paciente de tuberculosis deja las pastillas antes de que acaben los seis meses, la enfermedad se puede desarrollar resistencia, y entonces es más difícil de tratar.
“Si un trabajador del centro sanitario ve que un paciente no ha venido a recoger sus medicinas, primero les llaman por teléfono. Cuando las llamadas no funcionan, el trabajador va a la comunidad a ver qué pasa”, explica a Efe el director de The Union en Uganda, John Paul Dongo.
El problema, a veces, es el estigma. La tuberculosis se asocia con frecuencia (aunque no necesariamente) con el VIH, y eso conlleva todo los prejuicios que trae el sida.
“El estigma normalmente está ahí porque la apariencia de un paciente de tuberculosis es la misma que una persona infectada con VIH”, dice la especialista pediátrica de Nsagi, Josephine Nakakande.
Incluso en ocasiones los propios trabajadores sanitarios tienen miedo a la enfermedad.
“Cuando llegué vi que la mayoría de trabajadores no querían ocuparse de los casos de tuberculosis. Tenemos esa actitud negativa de que si me ocupo de un caso de tuberculosis, voy a tenerla; lo que es falso”, explica la enfermera Harriet Nabunya.
En Uganda, según los datos y estimaciones oficiales, hay unos 90.000 casos de tuberculosis cada año, pero se calcula que el sistema no registra unos 40.000, lo que hace que métodos tan sencillos como preguntar se vuelvan imprescindibles.