Imagínense mi angustia cuando, el día que me quedé sin internet, me di cuenta de que, en realidad, no soy dueño de nada.
Han pasado exactamente tres años desde que me mudé a Estados Unidos para tomar este trabajo. Me ofrecieron un contenedor para transportar mis pertenencias desde Reino Unido, pero decidí deshacerme de la mayoría de las cosas que había acumulado en mis primeros 28 años de vida.
Esperaba, a medida que pasaba el tiempo, reemplazarlas gradualmente con nuevos objetos.
Pero en lugar de eso, me convertí en uno de esos suscriptores de por vida.
Echando un vistazo a mi piso alquilado, pensé: ¿qué pasó con mis colecciones de DVD? Ahora, eran una suscripción de Netflix. ¿Y mi música? Spotify. ¿Mis libros?Kindle.
Si salgo de casa, nada de auto. Es Uber o Lyft. ¿Me quedo? Pido comida para llevar a través de Doordash o GrubHub.
Si cocino, compro los ingredientes a través de Blue Apron o en el supermercado Whole Foods de mi barrio, en donde puedo pagar por internet a través de Amazon Prime porque, por supuesto, también estoy suscrito a eso.
Al menos sí tengo una barba. Decidí dejármela crecer tras cancelar mi suscripción a hojas de afeitar de repuesto. Ahora estoy planteándome pagar una tasa mensual para un servicio de cepillos de dientes eléctricos por suscripción desde que vi los anuncios de Quip que parecen estar acechándome en internet.
Y hace poco descubrí la startup Feader, que ofrece planes de suscripción para muebles de hogar. Por menos de US$10 al mes puedes suscribirte a una cama. Qué idea… ¡Suscribirte a una cama!
El punto ideal
Los que son como yo, resultan importantes para este modelo de negocio. Algunos creen que seremos fundamentales para su futuro.
La economía de la suscripción ha crecido un 100% cada año en los últimos cinco años, de acuerdo con la consultora global McKinsey and Company. La firma entrevistó a consumidores estadounidenses y descubrió que, de entre quienes compran en línea, un 15% se inscribió en algún tipo de compra recurrente (sin contar de servicios como Netflix).
Pero no es fácil hacer dinero con este sistema. Convencer a alguien de que tiene que comprar algo no solo una vez si no de forma continua es un desafío enorme.
E incluso cuando la compañía consigue dar con el punto ideal para que nos suscribamos, con la facilidad de uso suele aparecer un consumidor caprichoso: cuando una suscripción no funciona, no dudamos en cancelarla.
Y luego están los servicios que no son suscripciones per se, como Uber, pero también reemplazan a grandes pagos únicos.
«Los elementos indispensables para las generaciones anteriores no son tan importantes para los millennials«, remarcó un estudio de Goldman Sachs.
«(Ellos) posponen las compras más importantes o las evitan por completo».
La pregunta es ¿hasta qué punto eso es importante?
Supongo que no poseer cosas significa que no tengo ningún desorden. Y tener la posibilidad de encender y apagar el grifo cuando se trata de gestionar mis lujos es una forma eficiente de maximizar el sueldo.
Pero con las suscripciones pierdes seguridad. Perder el trabajo podría significar perderlo todo.
¿Y quien soy yo si no tengo nada? Una colección de discos no es una base de datos de archivos, como Spotify quiere hacernos creer, sino algo físico que representa una trayectoria: la de cada uno de nosotros, para ser precisos.
Puede que si te pregunto el nombre de tu primer disco, seas capaz de decirme uno al instante. Pero ¿y si te pregunto el nombre de la primera canción que escuchaste por internet? Seguramente no lo sepas. No significa nada porque no es tuya.
«Efecto dotación»
Poseer algo te da control sobre eso. Esa expresión, «poseer», alude a una sensación de estabilidad reconfortante. Es poder, seguridad y predictibilidad.
No habrá un día en que alguien que quiera animarte tras un mal día te invite a salir y suscribirte a algo.
Comprar una casa se considera un objetivo tan importante que las elecciones se ganan y pierden en base a nuestra capacidad para lograrlo.
También atribuimos más valor y emoción a los objetos cuando consideramos que son nuestros, una actitud que desarrollamos a una edad temprana. Los psicólogos lo llaman «efecto dotación».
En un estudio, explicado en profundidad en un excelente video, unos bebés se enojan cuando les dicen que van a llevarse su juguete favorito, aunque les den inmediatamente después una copia exacta.
Además, a medida que nos hacemos mayores, reverenciamos objetos de personas que queremos (como nuestros abuelos) o admiramos (como jugadores de fútbol).
Pero tener cosas también tiene su lado negativo. Nos volvemos proteccionistas y nos dan miedo los cambios. Perder algo que posees puede ser devastador y puede cambiarte la vida. Cuando ocurre muchos entramos en depresión.
Pero no hay reflexión suficiente para revertir la tendencia a las suscripciones, que parece no tener fin.
Aunque hay una cosa que los millennials no suscribimos con muchas ganas últimamente: el matrimonio. Ha descendido un 50% desde la década de 1960. Tal vez lo que verdaderamente tenemos es un problema de compromiso.