En Caracas, los centros comerciales son referencia de entretenimiento y de compras seguras, pero hoy por hoy, se convirtieron en lugares de espera o sitios de paso para los caraqueños, quienes debido a la pérdida de su poder adquisitivo y el impacto de la hiperinflación, estimada en 1.350.000 % para finales de 2018, según el Fondo Monetario Internacional (FMI), ya no pueden ir a disfrutar de las ferias de comida, del cine o adquirir algún producto en sus tiendas.
Abundan las vitrinas vacías, estantería inutilizada y tiendas a medio iluminar en las que apenas trabajan dos o tres vendedores. En las ferias hay muchas mesas y pocos comensales y cada día son más los locales cerrados.
La ciudad del caos y de los caminantes veloces se ha vuelto, poco a poco, un sitio de espera y con ella, sus centros comerciales. Desireet Arias, de 42 años, va al Centro Comercial Líder, ubicado en La California, todos los días mientras espera que sus hijos salgan del colegio, pero nunca compra nada, ni siquiera agua. Hasta el año escolar pasado, podía comprarse un helado o algo de tomar, pero ahora todo lo que gana lo gasta en comida para su familia.
Según el Centro de Documentación y Análisis Social (Cendas), para el mes de agosto el poder adquisitivo tenía un déficit de 97 %, lo que significa que, con el salario mínimo, un venezolano apenas puede cubrir 3 % de sus necesidades y esto se refiere solo a alimentación.
Fabiola Veloz recibe clases de inglés en el Millenium Mall. Cuando llega muy temprano va a la feria de comida, se sienta y repasa sus apuntes y, solo a veces, se compra un helado. Como queda cerca de su casa, lo recuerda como un lugar al que iba cada domingo con sus padres a almorzar, pero eso es cosa del pasado; ahora es un lujo que no se pueden dar.
Sobran mesas y faltan locales
No solo los cines se han ido vaciando poco a poco, las ferias de comida también. Antes, en hora de almuerzo, había que esperar, con bandeja en mano, a que alguna mesa se desocupara. Ahora, sobran las mesas y faltan los locales.
De acuerdo con Claudia Itriago, presidenta de la Cámara Venezolana de Centros Comerciales (Cavececo), entre 5 % y 10 % de los negocios dentro de los centros comerciales han cerrado. Además, mientras unos bajan su santamaría, otros cambian de rubro o están en proceso de remodelación.
Mayerli Meneses almorzó ese día fuera de casa, pero fue una excepción: “Me tocó comer acá porque tengo todo el día haciendo diligencias, si no, no gasto plata en esto. Uno ya no puede hacer eso”. Hasta hace dos años, ella consideraba los centros comerciales como una opción segura para pasear y comprar: iba al cine, comía con amigos y compraba ropa y zapatos. Contando a Mayerli, en la feria no había más de diez comensales y, además, la mitad de los locales están cerrados.
En el Boleíta Center, ubicado en el municipio Sucre, Soraya y Brigit atienden un establecimiento de comida criolla en el que antes preparaban sushi. Hace un año, cuando comenzaron a trabajar allí, la hora del almuerzo era el mejor momento: la feria se llenaba y en todos los locales había gente comprando. Por estos días, ni siquiera en quincenas logran buenas ventas. Entre lunes y jueves reciben, como mucho, a tres compradores; los viernes y los sábados eso puede aumentar, pero los domingos los consideran días de pérdida: “Incluso se ha hablado, entre todos los encargados de negocios acá en la feria, de no abrir los domingos, porque es más el gasto en servicios y pasajes que lo que vendemos”, cuenta Soraya.
La inseguridad y las fallas con el transporte público también influyen. El centro comercial hace un par de meses comenzó a cerrar a las 6:30 pm, una hora y media más temprano de lo acostumbrado. Antes de las 5:00 pm, Brigit ya debe estar en la parada esperando autobús; si este no llega a tiempo, debe caminar cerca de dos kilómetros hasta la estación de metro Los Cortijos.
Menos ventas y menos personal
Fredy Rojas, de 49 años, trabaja desde hace seis años en una ferretería en el Boleíta Center y hasta 2017 podían facturar hasta 500 ventas diarias; ahora no llegan a 100. También el personal de la tienda ha bajado. Desde el aumento decretado por Nicolás Maduro, el 17 de julio, Fredy y sus compañeros temían que la gerencia recortara gastos y, por tanto, algunos fueran despedidos, pero no hizo falta, porque varios renunciaron.
En El Recreo, Douglas Infante, de 20 años, es vendedor en un kiosko de dulces desde hace seis meses. Cuando comenzó, en el local había dos empleados de lunes a viernes y otros dos los fines de semana. Ahora hay uno para cada turno. Douglas cuenta que ni siquiera los domingos, que son los días de mayor afluencia, aumentan las ventas. En la plaza central de ese centro comercial, que es donde él trabaja, solían hacer actividades familiares como obras infantiles o bailoterapias, pero desde hace semanas, según Douglas, no hay nada.
Pese a todo, para algunos caraqueños, los centros comerciales siguen siendo una alternativa. Elías Zurita va frecuentemente a El Recreo a reunirse con amigos, comerse algún postre y, quizás, ir al cine. No puede derrochar, pero si premiarse con un helado. Lo que más valora es la tranquilidad: “Es un espacio que todavía me brinda seguridad”. Aunque sabe que nada es como antes.