La polémica asunción delpoder de Jeanine Áñez, quien se proclamó como presidenta de Bolivia sin quórum en el Parlamento, recuerda los episodios vividos en 2002, cuando el entonces jefe de Fedecámaras ejerció como presidente de facto en Venezuela por espacio de 47 horas.
Carmona Estanga asumió con el apoyo de un grupo de generales y civiles afines, en un episodio bautizado más tarde como el “Carmonazo”, contra Hugo Chávez, el 11 de abril de 2002 tras su autojuramento, en lo que aseguraba sería un Gobierno de transición democrática.
En su primer decreto, el líder de la patronal derogó la Constitución de 1999 y las 49 leyes decretadas en el marco de la Ley Habilitante; pero además disolvió los poderes públicos, el Tribunal Supremo de Justicia, la Fiscalía General de la República, la Defensoría del Pueblo, el Consejo Nacional Electoral, la Asamblea Nacional y la Contraloría.
Tras declarar ilegal el marco jurídico que colindara con su decreto, cambió el nombre al país y creó un consejo consultivo de 35 integrantes; además, se facultó de manera extraordinaria para remover autoridades electas.
Opositora radical, de momento Áñez cosecha el reconocimiento de muy pocos países, encabezados por Brasil y Estados Unidos; mientras que México, donde se encuentra Evo Morales en condición de asilado tras denunciar “golpe de Estado” con base en su “renuncia forzada”- advirtió que “no hay instrucción para reconocer” a la senadora.
Incluso la Argentina de Macri no le brindó respaldo más allá de considerarla una “referencia de autoridad”; y según La Nación, no será reconocida como presidenta a menos que “la Asamblea Legislativa de ese país le otorgue esa investidura”.
El hecho genera un paralelismo particular con el caso venezolano de 2002, cuyo final es conocido. Por su interés periodístico, reproducimos el análisis de Fernando Molina para el diario El País que hace repaso a las razones detrás de la “posición tan importante y delicada” que ocupa la senadora opositora.
¿Quién hubiera podido imaginar, hace apenas unos días, que la senadora opositora Jeanine Áñez se convertiría en la nueva presidenta de Bolivia? Seguramente ni siquiera ella. Ni en sus mejores sueños ni en sus peores pesadillas. Hoy, que ya lo es, se ha hecho responsable de una tarea de dimensión gigantesca: disipar la idea que ha instalado el expresidente Evo Morales en algunas partes del mundo de que su asunción del poder es ilegítima y “golpista”; pacificar al país, que hoy se halla sacudido por protestas de signo inverso al de las que lo convulsionaron desde el 20 de octubre hasta la renuncia de Morales; y, finalmente, celebrar elecciones sin poder contar con una Asamblea Legislativa en condiciones –por la probable ausencia de la bancada del Movimiento Al Socialismo (MAS) en ella– para aprobar la ley de convocatoria de comicios.
¿Por qué Áñez está hoy en una posición tan importante y delicada? Por casualidad. Era la segunda vicepresidenta del Senado, un cargo reservado por ley a un parlamentario de la oposición. Quedó en el cargo parlamentario más alto por las renuncias de los altos cargos del MAS en el Parlamento. Y el Senado, que carece de quórum, no podía darse el lujo de reconsiderar la composición de su directiva.
Áñez, de 52 años, pertenece al Movimiento Demócrata Social, el partido que gobierna la región de Santa Cruz, al sur del país. El candidato de este partido en las últimas elecciones, Óscar Ortiz, estuvo muy cerca de ella mientras tomaba posesión como presidenta, con una gran Biblia en las manos. También estuvo a su lado el senador Arturo Murillo, uno de los “duros” de la oposición parlamentaria a Morales, que le recordaba en voz alta los temas que debía tocar en su discurso inaugural. El jefe del Ejército y persona clave en el cambio de Ejecutivo, Williams Kaliman, se encargó de colocarle la banda presidencial.
Esta abogada y antigua presentadora de televisión era considerada uno de los halcones opositores. Al comienzo del Gobierno de Morales dijo que se oponía al proyecto del MAS porque no quería que “Bolivia se convirtiera en el Kollasuyu [la región sureña del Imperio inca]” y tuviera como enseña la wiphala, la bandera indígena. Sin embargo, en su posesión –que se realizó en el viejo Palacio de Gobierno y no en la “Casa Grande del Pueblo” construida por Morales– la whipala sí estuvo presente.
La hizo ondear Luis Fernando Camacho, el líder cívico que organizó la rebelión de las ciudades contra Morales. Su gesto buscaba aplacar a los grupos indígenas que, en estos días, protagonizaron violentas manifestaciones contra la renuncia presidencial y por el respeto a la wiphala, pues, durante la revuelta, la insignia indígena fue quemada y vejada por los opositores a Morales por su asociación con el MAS.
Camacho fue uno de los invitados de honor al acto de posesión de Áñez. Curiosamente, ambos pertenecen a movimientos adversarios dentro de la política cruceña. Camacho ha sido más radical y ha preferido las acciones extraparlamentarias, pero en las últimas horas se ha sumado al acuerdo que dio lugar al nuevo oficialismo y a la posesión de Áñez.
Áñez es la segunda mujer en ocupar la presidencia de Bolivia, después de Lidia Gueiler (1979-1980), que fue proclamada después de un golpe militar y derribada por otro. Viene de una región que hasta ahora no había dado ningún presidente democrático, el Beni, situada en el noreste del territorio. Los habitantes de esta extensa, cálida y poco desarrollada región, tradicionalmente antievista, mostraron en la televisión su orgullo por la designación.
Al hablar ante sus colegas parlamentarios, Áñez dio las gracias a su madre, que estuvo preocupada por ella durante esta grave crisis política, y a sus hijos, “la razón de mi vida”. La presidenta no lloró en el acto de juramento, pero sí lo hizo, y varias veces, en los días previos a este acto, desde el momento en que quedó claro que, por los azares del destino, le tocaría entrar en la historia política boliviana.
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