El presidente del Consejo Venezolano de Relaciones Internacionales, Kenneth Ramírez, hace un repaso sobre los antecedentes del actual proceso de negociación en México, y los posibles escenarios que se den como resultado de estos encuentros entre las delegaciones del régimen de Maduro y la oposición.
Una serie de factores obligaron a que el régimen de Nicolás Maduro y la administración de Juan Guaidó y la representación mayoritaria de la oposición se sentaran nuevamente en una mesa de negociación, ahora en México.
El proceso es visto por la ciudadanía con recelo, luego de los acuerdos fallidos en cada negociación desde 2014.
“Se trata del quinto proceso desde 2014, el cual se desarrolla en medio del colapso nacional con acompañamiento internacional y en medio de un gran escepticismo ciudadano debido a los fracasos que hemos evidenciado en el pasado”, recuerda Ramírez.
Esta vez se retomó el proceso que iniciaron en 2019, tratando de crear confianza entre los actores o al menos en los mecanismos de construcción de agenda y de funcionamiento del proceso. Sin embargo, las condiciones políticas de 2019 y 2021 han cambiado.
“La situación venezolana parece resumirse en un estancamiento inercial donde el régimen de Nicolás Maduro resiste un trance en medio de un colapso y las sanciones internacionales, mientras las fuerzas democráticas procuran la democratización del país mientras gestiona sus propias fracturas y contradicciones estratégicas”, señala el analista.
Explica que, en esa percepción de inamovilidad, hay una circunstancia que afecta tanto al régimen de Maduro como a las fuerzas democráticas, y es “la desafección generalizada de los ciudadanos hacia lo político. Es un lugar común señalar la despolitización que provoca los regímenes autoritarios buscando reducir la ciudadanía a la vida privada o la mera supervivencia”.
Durante el foro organizado por el Frente Amplio Venezuela Libre, Ramírez señaló también que “hoy puede decirse que ha fracasado la visión dominante en el marco de la oposición mayoritaria aglutinada en torno a Juan Guaidó y el G4 desde 2019, la cual se fundamentaba en dos tesis: la de la revolución democrática, a partir de la construcción de poder dual, un contrapoder, léase gobierno interino, acompañado de la tesis de la máxima presión apalancada por la sanciones impuestas por la administración de Donald Trump con la frase “todo está sobre la mesa”, que debía provocar una amenaza creíble y por la diplomacia regional a través del desaparecido Grupo de Lima”.
Con el tiempo, solo se crearon fracturas en la oposición que fueron aprovechadas por el oficialismo.
Resolución del conflicto vs redemocratización
En cambio, surge, una nueva visión de cambio político mediante el Acuerdo de Salvación Nacional, el cual se fundamenta en una agenda de negociación con el régimen de Maduro: elecciones generales competitivas, ayuda humanitaria, vacunación y garantías políticas para todos.
“Junto con esto unos eventuales levantamientos progresivos de las sanciones por parte de los aliados según avances significativos que se puedan producir en la mesa de negociación. Por su parte, el régimen empeñado en recuperar su capacidad, comenzó a instalar un conjunto de espacios de interlocución con organizaciones civiles y algunos actores políticos, además de ir aprovechando oportunidades que se le presenten para romper el aislamiento internacional”, explica.
Y añade que estas interlocuciones no son las únicas señales emitidas desde el régimen, sino que se ha venido implementando en la práctica -y sin mucho ruido- un conjunto de reformas económicas para mejorar los ingresos internos y se hicieron otras concesiones inéditas como la entrada del programa mundial de alimentos FAO al país, lo que permite reconocer la emergencia humanitaria compleja que padece la población”, destaca.
Aunque se abrieron espacio de negociaciones sectoriales, como el que se dio con Fedecámaras o con las organizaciones que desempeñan acción humanitaria en Venezuela, también continuaron los gestos hostiles.
También cambió el contexto internacional de 2019 a 2021. “Así como en algún momento hubo una alineación con la tesis de que la crisis nacional podía derivar en un cambio político hacia la democracia en el corto plazo, la prioridad hoy parece ser evitar que el conflicto se vuelva crónico, que el Estado no colapse y acompañar una ruta realista para la reinstitucionalización y la vuelta a la democracia”.
Ramírez agrega que, en el caso de la Unión Europea, igualmente parece estar impulsando este enfoque en Venezuela hacia la resolución del conflicto y la reinstitucionalización como prioridad, por sobre la redemocratización que se produciría a más largo plazo.
“Todas estas nuevas circunstancias han movido a los actores a negociar, pero al mismo tiempo advierten que el nuevo proceso de negociaciones en México solo puede relucir si cumple una condición especial: que el espacio de negociación no resulte un teatro para la significación del conflicto, donde los actores políticos persiguen fortalecerse o tratar de triunfar frente al otro en lugar de construir un marco para dirimir el conflicto. En buena medida se llega a una negociación porque ninguno ha podido derrotar completamente al otro. Sin embargo, las señales que hemos visto hasta ahora no son muy prometedoras”, advierte.
Observa también que el sitio escogido para este proceso, México, no es un país neutral y eso termina afectando la legitimidad de las negociaciones en el marco del público opositor.
Por otra parte, explica los roles que cumplen cada nación. Noruega, en su rol de facilitador, es un actor que busca generar las condiciones ideales para propiciar un diálogo directo y una negociación entre las partes del conflicto, y su participación es de carácter voluntario. El rol de mediador es más interventor y propositivo para que las negociaciones se mantengan en marcha.
El rol de los países acompañantes es de observadores y testigos de palabra.
Cuestiona que en este proceso faltan países garantes de los acuerdos, como ocurrió en el proceso de paz de Colombia. Estos países garantes son los que fomentan confianza entre las partes y aseguran que se cumplan lo acordado, dando credibilidad al proceso.
Tres escenarios
Luego de este análisis de los antecedentes que llevan a un quinto proceso de negociación en México, Ramírez plantea tres posibles escenarios que puedan surgir. El primero es el del acuerdo integral.
“Sería el escenario ideal de la oposición, donde se produce un acuerdo integral que toca todos los puntos de la agenda, pero sobre todo ofrece un cronograma electoral con condiciones, escalonado y aparejado un levantamiento de sanciones. Se negocia además la recomposición de otros poderes como el judicial, lo cual permite condiciones de estado de derecho en el país”.
Agrega que ese cronograma electoral podría tener dos variantes: las elecciones regionales y municipales en 2021, con elecciones presidenciales y parlamentarias adelantadas en 2024. Una segunda variante implicaría un referéndum revocatorio en 2022 y permitir que el vicepresidente que designe Maduro complete el período.
El segundo escenario es el de los acuerdos parciales. En este, “las negociaciones en México servirían para alcanzar acuerdos en materia social y política. Asimismo se avanzan en algunos derechos con levantamiento de inhabilitaciones, liberaciones de presos políticos, así como ciertas condiciones electorales de cara a 2024”.
“Fuerzas democráticas logran un importante número de gobernaciones y alcaldías en las regionales de 2021. En este escenario, con unas condiciones electorales que se han pactado previamente, incluso que exista una misión de expertos electorales de la UE, lo cual augura algunas esperanzas de cara a unas elecciones competitivas de cara a 2024. En este contexto es crítico mantener la unidad y evitar múltiples candidaturas presidenciales a partir de los gobernadores victoriosos que se creerían con derecho a ser presidenciables”, advierte.
Un último escenario es el menos deseable, el que no se logra nada.
“Este es el peor escenario para el país. El gobierno de Maduro prolonga las negociaciones lo más que pueda para ganar tiempo en este escenario, para desgastar a las fuerzas de oposición y obtener cierta legitimidad externa en algunos foros regionales e incluso en la ONU, diciendo que siempre está dispuesto a negociar. Este proceso dilatado y sin resultados concretos aumenta las facturas y contradicciones de las fuerzas democráticas, las cuales terminan levantándose de la mesa. Los acuerdos firmados hasta esa fecha no terminan ejecutándose”.
Esto también conlleva a que la decepción, desilusión, la desconexión política del ciudadano y la migración aumenten considerablemente.
“El escenario uno, el del acuerdo integral, a la luz de lo que hemos observado luce menos probable. En consecuencia, lo que tenemos es realmente unas negociaciones que parecerían avanzar entre acuerdos parciales o que no se consiga nada. Pero lo que se ha visto en las tres rondas de negociación, donde no se ha observado temas modulares me hacen ser cauto”, planteó Ramírez.
El Impulso