El nombre de Alexandre Benalla pesará para siempre sobre el mandato de Emmanuel Macron. La sociedad francesa permanece asombrada ante el poder que había acumulado Benalla, de sólo 26 años, en el Palacio del Elíseo: un matón quedurante las manifestaciones del pasado 1 de mayo apaleó a dos jóvenes(provisto de un casco policial) y abrió la crisis más grave de la actual presidencia.
Emmanuel Macron ha asegurado este martes que él es «el único responsable» de la gestión de la crisis provocada por el ya conocido como «caso Benalla» y consideró «una traición» las agresiones perpetradas por su antiguo jefe de seguridad contra manifestantes.
«Si buscan un responsable, el único responsable soy yo y sólo yo. Soy yo quien le dio la confianza (a Benalla) y soy yo quien confirmó la sanción» que se le impuso, dijo Macron en una reunión con diputados de su partido, La República En Marcha, según recoge el diario ‘Le Monde’.
«Lo que sucedió el 1 de mayo (día de las agresiones) es grave y serio. Y para mí fue una decepción, una traición. Nadie a mi alrededor o en mi gabinete ha sido protegido o ha eludido las reglas, las leyes de la república», agregó Macron. Defendió que «no entregará cabezas» y que no buscará chivos expiatorios, sino que tomará «decisiones profundas para refundar las estructuras».
La oposición conservadora ha anunciado una moción de censura en la Asamblea Nacional, después de que el primer ministro, Édouard Philippe, fracasara en su intento de calmar los ánimos. La moción de censura no irá a ninguna parte, porque la mayoría gubernamental es abrumadora. Lo reconoce el propio presidente de Los Republicanos, Christian Jacob: «No haremos caer al Gobierno, pero les obligaremos a dar explicaciones».
Hasta ahora, Emmanuel Macron había guardado silencio sobre su protegido y Édouard Philippe ha alegado que se trata de «un mal comportamiento individual que no implica ninguna disfunción en las instituciones». Pero el caso de Benalla sí parece revelar al menos una disfunción: un presidente todopoderoso se creyó con derecho a concederle extraordinarias prerrogativas a su guardaespaldas de confianza y quizá, está por ver, permitió que funcionara una policía presidencial ajena a los controles legales.
Alexandre Benalla tenía, además de un polémico permiso para llevar armas (se lo denegó el Ministerio del Interior pero se lo concedió la Prefectura de París), una autorización especial para acceder a los secretos militares, un pase para el hemiciclo de la Asamblea Nacional del que solamente disponen los diputados y sus asistentes y un cargo, el de teniente coronel reservista de la Gendarmería Nacional, que suele concederse tras una carrera de servicios. Disfrutaba, como adjunto al jefe de gabinete del presidente, de una lujosa vivienda de propiedad pública en el Quai Branly, cerca de la torre Eiffel, y de coche oficial con chófer.
Benalla nació en un barrio popular de Évreux (Normandía), fue buen estudiante, se licenció en Derecho mientras jugaba en el equipo local de rugby y se afilió al Partido Socialista. De un empleo como portero de discoteca pasó a los servicios de seguridad del partido en 2010 y trabajó como guardaespaldas en la campaña presidencial de François Hollande. Luego trabajó brevemente como chófer y guardaespaldas del ministro de Actividades Productivas, Arnaud Montebourg, hasta que éste le despidió por intentar huir tras un pequeño accidente con el coche oficial. Benalla se arrojó en brazos del ministro de Finanzas, Emmanuel Macron, y el gesto, al parecer, fue mutuo: cuando Macron dimitió y se lanzó a la carrera presidencial, Benalla se convirtió en su sombra. Macron le dio las llaves de su residencia de fin de semana y, tras la victoria electoral, acceso a lo más recóndito del Elíseo, secretos incluidos.
La fulgurante carrera del joven Benalla empezó a desmoronarse el 1 de mayo, cuando alguien le filmó apaleando a un chico y a una chica al margen de una manifestación. El guardaespaldas de Macron había recibido una acreditación como observador del trabajo policial. Pero decidió participar en los porrazos. Los dos jóvenes a los que agredió eran, según sus abogados, simples paseantes. Benalla fue identificado pese al casco integral que le prestó la policía, el vídeo fue publicado en ‘Le Monde’ y se desató la tormenta. «El 3 o el 4 de mayo», según el primer ministro, Benalla fue suspendido de sus funciones. Pero un responsable policial testificó ante una comisión de investigación parlamentaria que había seguido acudiendo a reuniones tras esa fecha; el responsable policial rectificó ayer, diciendo que había confundido fechas porque no entendió la pregunta formulada por Marine Le Pen.
La precisión era innecesaria porque se vio a Benalla en el autobús de los futbolistas franceses que celebraban la victoria en el Mundial recorriendo los Campos Elíseos. «Se cuidaba de las maletas», dijo el primer ministro. El Gobierno aclaró que la sanción impuesta a Benalla por su actuación el 1 de mayo era de 15 días y ya había sido cumplida. Pero el fragor del escándalo forzó una rectificación y Benalla fue despedido. El caso se remitió a la Fiscalía. Los sindicatos policiales denunciaron que el servicio de seguridad presidencial, encabezado por Benalla, daba órdenes y tomaba decisiones fuera de las estructuras legales y constitucionales.
El asunto monopoliza los trabajos parlamentarios y ha supuesto la primera gran derrota de Macron: su reforma constitucional, que debía discutirse estos días, ha quedado aplazada sin fecha. Sigue esperándose que el presidente diga algo.